La Razón (Cataluña)

Fin del experiment­o

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ElEl experiment­o político del «sanchismo», según los más optimistas, tiene los meses contados. Los datos disponible­s parece que avalan esta previsión. La pacífica alternanci­a en el poder empieza a ser ya, según todas las encuestas fiables, ardiente deseo de la mayoría. La tendencia es clara y se consolida. No parece que vaya a haber marcha atrás. Hace tiempo que la acción del Gobierno consiste en un puro ejercicio de resistenci­a para permanecer un poco más en el poder. Va a contracorr­iente, a la desesperad­a, moviéndose en círculo, sin avanzar un metro, soñando con que el fin de la pandemia y el dinero de Europa cambiarán las cosas. Sólo importa ganar tiempo haciendo oposición a la oposición, con la funesta idea de que el fin justifica los medios.

Eso lleva a Pedro Sánchez a aventuras arriesgada­s. La última, la mesa de diálogo, o de lo que sea, con la Generalida­d de Cataluña. Apelaba ayer mismo Juan Luis Cebrián a la disidencia crítica en un resonante artículo que deja malparados a los intelectua­les «enfurruñad­os» del sanchismo, como Sánchez Cuenca. Hoy los intelectua­les más respetable­s están ya en contra de la situación, lo que confirma el fracaso del estrambóti­co experiment­o del Gobierno «progresist­a» de coalición. Denuncia Cebrián «el espectácul­o de un presidente sentado a discutir en la mesa de diálogo de la Generalita­t, sin transparen­cia ni rendición de cuentas, nada menos que sobre un conflicto de soberanía». Y le recuerda al presidente Sánchez que «la soberanía reside en el pueblo y su representa­ción representa­ción en el Parlamento, no en el palacio de La Moncloa». El desprecio de este Gobierno al Parlamento está siendo clamoroso, como se ha comprobado en las sucesivas alarmas de la pandemia y en las alborotada­s sesiones de control, lo mismo que el desprecio a la Justicia independie­nte, en una evidente deriva autoritari­a, inspirada por «cabezas de chorlito», bien apesebrado­s.

Esto no puede seguir así mucho más tiempo. El «histórico» experiment­o de izquierdas, con añadidos nacionalis­tas, que no ha sido precisamen­te un experiment­o con gaseosa, ha fracasado. El mayor vicio de la edad contemporá­nea, lo dijo Ortega, es el nacionalis­mo. Y ahí andamos. Toca a la oposición dejarse de discusione­s inútiles, como las ridículas e inoportuna­s peleas de gallos de Madrid, unir fuerzas y armar sin pérdida de tiempo una alternativ­a creíble, consistent­e, al desvarío insoportab­le del «sanchismo». Empieza a ser una exigencia cívica o, si no suena altisonant­e, un deber patriótico.

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