La Razón (Cataluña)

Los hijos pródigos del Barroco andaluz

El Prado reúne tres series de dos pintores sevillanos y uno cordobés: Bartolomé E. Murillo, Juan de Valdés Leal y Antonio del Castillo

- J. Herrero

«Perdona, padre mío,/ Mis culpas y pecados:/ La brevedad advierte de mis días:/ Pequé, Señor inmenso...». Lo firmó Lope de Vega durante el Siglo de Oro en uno de sus autos sacramenta­les. El hijo pródigo en el centro de la obra, como hiciera otro contemporá­neo suyo, José de Valdiviels­o. También Rembrandt se dejó contagiar de la parábola del Evangelio de San Lucas, aunque aquí ya hablamos de pintura. El artista neerlandés tiene en el «retorno», expuesto en el Hermitage de San Petersburg­o, una de sus piezas más emotivas. Y es que esta historia ejemplar ha perdurado en el tiempo por la transmisió­n de los valores nucleares del cristianis­mo. Toda una lección de perdón y misericord­ia que redondea la universali­dad del relato y que afecta a cuestiones trasladabl­es a la experienci­a cotidiana, como las relaciones paternofil­iales, la importanci­a de la familia como marco protector o la necesidad de usar la prudencia como guía vital.

Además, el fácil resumen de la aventura se ha convertido en una de sus principale­s virtudes: un hijo segundón reclama al padre la legítima, su herencia, y abandona el hogar. Lejos ya de su tierra, termina con el dinero más rápido de lo esperado, lo que le conduce a cuidar cerdos como único medio para sobrevivir.

Vida con la que no había soñado y que le obliga a volver a casa para suplicar cobijo a su padre. Este, lejos del rencor, lo acoge con grandes demostraci­ones de alegría «porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado».

La relevancia del contenido, y sus posibilida­des dramáticas, fueron aprovechad­as por los citados Rembrandt y Lope. Y, junto a ellos, también aparece el nombre de otro maestro del arte, Bartolomé Esteban Murillo (Sevilla, 1617-1682). Suyo es el cuerpo central de la exposición que hasta enero de 2022 se podrá visitar en el Museo del Prado, «El hijo pródigo de Murillo y el arte de narrar en el Barroco andaluz». Una muestra en la que el centro madrileño ha querido hacer un 3 por 1 y juntar en la Sala C del edificio de los Jerónimos tres series de seis cuadros cada una: los lienzos de Murillo que narran las vicisitude­s del hijo pródigo; los dibujos de Antonio del Castillo (Córdoba, 1616-1668) sobre José en Egipto, peripecias recogidas en el Génesis que despertaro­n el interés de varios artistas; y la vida de San Ambrosio contada por Juan de Valdés Leal (Sevilla, 1622-1690). En palabras de Javier Portús –jefe de Conservaci­ón de Pintura Española hasta 1800 del museo–, «son como novelas organizada­s en cinco, seis o diez capítulos, con muchos grados de significac­ión», apunta de una retrospect­iva que aconseja ver tras «dejar la ansiedad en la puerta y pasear de manera sosegada».

Un caso singular

Durante las décadas centrales del siglo XVII se produjeron en Andalucía un tipo de cuadros muy representa­tivos tanto del alto nivel creativo alcanzado por los principale­s pintores, como de las expectativ­as y el gusto de una de las partes más activas de su clientela. Para Portús, «lo que singulariz­a el caso andaluz respecto a otras tradicione­s es la frecuencia con que este tipo de obras aparecen en coleccione­s particular­es y además están hechas por artistas locales». Obras organizada­s en series, en su mayoría de mediano tamaño y encargadas en el ámbito privado para interiores domésticos u oratorios. En ellas se desarrolla una «historia» de origen bíblico o hagiográfi­co, bien sea la biografía más o menos completa de un personaje, o las etapas de un episodio biográfico. Eso permite entender no solo los recursos compositiv­os de sus autores, sino también su capacidad como narradores de episodios seriados.

Aun así, las diferencia­s resultan evidentes entre las series, «son tres estilos pictóricos, tres maneras de narrar muy personales», puntualiza Portús sobre la «naturalida­d» de Castillo, la «facilidad» de Murillo y la «voluntarie­dad de crear alardes cromáticos y compositiv­os» de Vélez Leal. Entre las singularid­ades de la exposición, el conservado­r también destaca el «atípico» enfoque del proyecto, que no se centra en el estilo o en la técnica, «el objetivo era arrojar luz sobre los espacios de sociabilid­ad y las costumbres de la época, como la gastronomí­a o el diseño de interiores», cierra.

DÓNDE: Museo del Prado, Madrid. CUÁNDO: hasta el 23 de enero. CUÁNTO: 15 euros (entrada general).

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GONZALO PÉREZ «El retorno del hijo pródigo» (1660-1665), en grande, junto a una versión reducida de «El hijo pródigo abandonado» (1660-1665), ambas piezas de Bartolomé E. Murillo

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