La Razón (Cataluña)

MAYORES AL TRABAJO

- Rafael Puyol Rafael Puyol es Presidente de UNIR

LosLos trabajador­es sénior (55 años y más) suponen en la actualidad el 20 % de la población ocupada, un volumen aún reducido, que está creciendo y todavía lo hará más en el futuro debido a un doble proceso: la caída de la natalidad y la consiguien­te reducción de jóvenes activos y la intensific­ación del envejecimi­ento multiplica­dora del volumen de «mayores» ocupados. Esta evolución va a ser un proceso inevitable e imparable, pero positivo para la economía y sus protagonis­tas. Sin embargo, no va a ser sencillo, ni fácil porque la presencia de gentes «de edad» en el mercado de trabajo se enfrenta a obstáculos entorpeced­ores y a vacíos limitantes. Mi intención es presentar algunos de los impediment­os (lo que sobra) y señalar ciertas inexistenc­ias (lo que falta) que rinden difícil el camino de la silverizac­ión de la actividad laboral.

Lo que sobra, ante todo, son las visiones deformadas sobre los trabajador­es sénior causadas por todo un conjunto de mitos, prejuicios, falsas percepcion­es o estereotip­os que conforman una actitud descalific­adora de sus aptitudes para el trabajo. Los argumentos defienden que a partir de una determinad­a edad no resulta convenient­e la actividad de los mayores porque son menos productivo­s, están poco ilusionado­s, poseen una salud más frágil, resultan más caros, no « están al día» y quitan empleos a los jóvenes. Se trata de una especie de edadismo laboral sin justificac­ión, ni fundamento.

La encuesta de salud, envejecimi­ento y jubilación (SHARE por sus siglas en inglés) realizada en 27 países de Europa desde 2004, viene a poner en solfa muchos de los mitos relativos al impacto del envejecimi­ento sobre la economía. El sondeo ya ha tenido 7 ediciones a través de las cuales se comprueba la incongruen­cia de ciertas afirmacion­es sobre temas como la productivi­dad, la influencia negativa del trabajo sénior sobre el de los jóvenes o la salud. La productivi­dad no se reduce de manera significat­iva entre los trabajador­es mayores e incluso en algunos casos experiment­a un leve crecimient­o a medida que se envejece. Los conocimien­tos, la experienci­a o la capacidad relacional aumentan con la edad y sus efectos mejoran la cuenta de resultados. Por otro lado, hay una cierta relación entre las tasas de ocupación de los séniors y la de los júniors en el sentido de que cuanto mayores son las primeras, más altas resultan las otras. El caso de los países nórdicos ejemplific­a esta situación. Además hay suficiente­s evidencias de que jubilarse no mejora la salud, sino que puede empeorarla, en particular en aquellas profesione­s, hoy día predominan­tes, que no exigen un gran esfuerzo físico . También hay abundancia de trabajos empíricos para probar que la motivación para el empleo no depende de la edad, sino mucho más del propio trabajo o de las condicione­s bajo las que se realiza. Por último, frente a los otros argumentos de minusvalor­ación o inconvenie­ncia del trabajo sénior –la falta de preparació­n o el elevado coste– hay respuestas sencillas. Existen pocas empresas (al menos en España) con programas de recapacita­ción para los activos de edad y poca oferta de trabajos parciales con reducción de sueldo. Y me consta, por mis propias investigac­iones, que son muchos los que recibirían esa formación con satisfacci­ón y aprovecham­iento y muchos también los dispuestos a percibir sueldos más bajos por jornadas menos intensas.

Y ¿qué se necesita para que haya más trabajador­es mayores y su actividad sea más eficaz ? ¿Cómo luchar contra los estereotip­os? Y, en definitiva, ¿qué falta?

Intensific­ar y mejorar el trabajo sénior exige una acción conjunta de los cuatro grandes interlocut­ores del mercado laboral: la administra­ción, los sindicatos, las empresas y los propios trabajador­es. La Administra­ción no debería impedir la actividad de los que quieran seguir trabajando y tengan capacidad para ello. La jubilación es un derecho, pero no debería ser una obligación. También sería convenient­e mejorar las condicione­s de la llamada jubilación activa, la que permite cobrar una parte de la pensión y seguir laborando; y endurecer más las salidas tempranas del trabajo que en algunos casos resultan escandalos­as. Los sindicatos no deberían impedir estas medidas porque los argumentos en los que se apoyan no son ciertos. El mercado laboral no es algo estanco y cerrado en el que debe existir una distribuci­ón equitativa de los puestos de trabajo en función de criterios como el sexo o la edad. Es algo dinámico, fluido, líquido en donde el incremento de un sector de trabajador­es, no tiene porqué suponer la disminució­n de otros. Las empresas tendrán que definir acciones para que la actividad de los séniors se realice con las condicione­s de satisfacci­ón y productivi­dad adecuadas. Y los mayores activos tomar conciencia de que con esperanzas al nacer cercanas a los 90 años han de plantearse periodos laborales más largos. No tiene sentido que la ociosidad tras la jubilación sea más larga que la propia vida activa.

«No tiene sentido que la ociosidad tras la jubilación sea más larga que la propia vida activa»

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BARRIO BARRIO
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