La Razón (Cataluña)

PERO, ¿HUBO UN VELÁZQUEZ EN LA COLECCIÓN WILDENSTEI­N?

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DanielDani­el Wildenstei­n pertenece a esos millonario­s que reparten su tiempo entre diferentes aficiones. Una de ellas es la carrera de caballos de pura sangre, que es un hobby propio de los malos de James Bond, las clases altas y aquellos que pretenden formar parte de ellas. La otra es el arte, que siempre ha sido un espacio confuso donde la belleza se codea con la especulaci­ón, la ambición, el robo y otras bajas pasiones que dibujan el rostro menos bonito de los seres humanos. Los Wildenstei­n son un linaje viejo, con mucha solera y raíces en el mercado de los cuadros y las esculturas desde la guerra franco- prusiana, allá por 1870. Son de esas familias con ojo para reconocer a un artista (y también dónde hay un buen pellizco de dinero). Saben cómo jugar con los lienzos para subir su precio y hacer cotizar el nombre de un pintor, y Daniel Wildenstei­n, nuestro protagonis­ta, al que abandonó el resuello por el ya distante 2001, arrastró el título de ser el marchante más rico del mundo, además de un propietari­o de una colección de incalculab­le valor.

Nadie desea mencionar sus manejos durante el turbio asunto de las coleccione­s judías en la Segunda Guerra Mundial y el encontrona­zo que los miembros de este apellido mantuviero­n con André Malraux por un asunto de exportació­n de obras de arte al extranjero y esas cosas, puros despistes, que les suceden a ciertas alcurnias. Lo que ahora ha destapado «Le Monde» es que, además, entre sus propiedade­s había un óleo de Felipe IV con las trazas de ser un Velázquez. La tela ha recorrido todos los meandros típicos de las obras extraviada­s que, de repente, reaparecen: un pasado sin precisar, una familia que, vaya suerte, encuentra entre las mantelería­s y las sábanas de la abuela un óleo con pinta de pertenecer a uno de los grandes maestros de la pintura y, faltaría, una asfixia económica que los obliga a desprender­se del cuadro que siempre había presidido el salón. La pieza se ofreció en un principio por la irrisoria suma de 3,6 millones de francos (estamos hablando de 1999). Antoine Van de Beuque, un lince al que no se le escapa una oportunida­d en la órbita del arte, reparó en la pieza y leyó en ese rostro pinceladas del genio sevillano. Como andaba en tratos con Daniel Wildenstei­n, le convenció para que se hiciera con la ganga.

Ahora, ese retrato, que puede valer millones, es objeto de estudio, pesquisas y elucubraci­ones. ¿Es un Velázquez? ¿Pertenece a su taller? ¿Puede suponer una agradable sorpresa? Alfonso Pérez Sánchez, que fue director del Museo del Prado, aseguró que sí lo era. Para qué más, por supuesto. Pero lo mejor es que nadie sabe cuál es su paradero actual. Así que hay que añadir otra pregunta: ¿dónde está? Parece ser que en estos momentos lo tiene un coleccioni­sta americano; entre otros motivos, porque esa gente lo compra todo, desde pozos de petróleo en Irak a obras de Botticelli. Y haya que añadir otra cuestión: ¿qué hace allí? Y, sobre todo, ¿cómo salió de Francia? Bienvenido­s al maravillos­o mundo del arte.

«Se desconoce si es del maestro o de su taller, pero hoy su paradero es un enigma»

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LA RAZÓN El supuesto Velázquez que apareció en Francia en 1999 y que compró Daniel Wildenstei­n

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