La Razón (Cataluña)

El bluf de los toros de Madrid en Sevilla

Daniel Luque da una vuelta al ruedo y Diego Urdiales y Rafa Serna hacen el esfuerzo en una tarde deslucida

- Patricia Navarro - Sevilla

Se perfiló, en corto , y por derecho se fue detrás de la espada Diego Urdiales. Una estocada dejó en lo alto, pero sin darse importanci­a, porque cuando la hay el efectismo no es necesario. Y eso lo lleva Diego tatuado en algún lugar de su alma. Nunca lo importó. Su camino no es fácil, pero sí de verdad, como su toreo relatado en un decálogo de pureza, más allá del toro. Que sea bueno o malo es algo circunstan­cial, no cambia el fondo ni la forma de Diego que es un canto al clasicismo,y mucho más. Verle torear es detenerse en los pormenores, porque todo cuenta. Su colocación es impecable, los cites, las alturas, la manera en la que coge la muleta, y su forma de andar por la plaza, tan alejado de las estridenci­as. Un gusto.

Curro Romero

Con un estocada arriba despachó a su primero, que iba y venía sin clase ninguna. La faena no fue de altos vueltos, sí para deleitarse en el rincón de las pequeñas cosas. Hasta aquí, al coso del Baratillo, había peregrinad­o ni más ni menos que Curro Romero, bastón en mano, y era para ver a Diego. Lo entendemos.

No fue la tarde, la corrida cinqueña de Santi Domecq pasada de kilos pareció presentir la tormenta y no embistió. Toros más de Madrid que de Sevilla, como viene siendo habitual desde que comenzó la feria, que se asomaron al precipicio y acabaron con un sexto, que se echó mediada la faena de De la Serna.

El cuarto fue otro toraco de los que no tienes claro en qué plaza estás, pero no en la Maestranza. Diego se entretuvo en sacarle una verónica tan honda como el animal que tenía delante. Empujó en el caballo, pero fue justo lo que luego no quiso hacer en el muleta del riojano. Lo enseñó, se puso delante del animal con sinceridad y se acabó la historia.

Muy cuesta arriba y astifino de pitones hasta el infierno fue el segundo, de Daniel Luque. El de Santi Domecq hacía cosas raras con la vista desde salida y le quedó una incertidum­bre en el viaje, por suerte sin fiereza. A Daniel Luque no le importó. Nada. Firme, seguro y entregado, aguantó lo que viniera, aunque no fuera faena de recompensa.

Serio el quinto, por fuera y por dentro. Tuvo el de Santi Domecq resortes que tocar. Por abajo, cuando el toreo vino con los vuelos, fue cuando el animal sacaba lo mejor de sí, aunque no llegó a entregarse a las claras.

Así la faena de Daniel Luque, más en la versión de la quietud, del poder, del dominar desde la imposición que el desafío de retar al toro y embarcarlo con los vuelos e intentar llevarlo hasta el final. Pocas veces ocurrió. La faena la cosió a un buen rosario de circulares invertidos que, casi siempre, son aval de calentar los tendidos. En ese aire y en una estocada casi entera resolvió resolvió la faena.

El tercero tuvo repetición, codicia y ese punto también de exigir al meterse por dentro y no acabar de entregarse. Era toro de apostar, porque no lo regalaba. Rafa Serna lo bordó en una tanda, la que hizo que la música comenzara y, a partir de ahí, perdió el hilo conductor y el toro el ritmo. A la espada le faltó contundenc­ia.

Lo que resolvió con el sexto. Cortó el toro en banderille­ras hasta el infierno y en la muleta pareció un parque de atraccione­s, lo mismo se quedaba a mitad de viaje una vez que acababa por echarse sobre el albero, literalmen­te. Retrato de una tarde. La tarde que no fue.

Ver torear a Diego es detenerse en los pormenores, porque todo cuenta... Tan alejado de las estridenci­as

 ?? EFE ?? Daniel Luque, en un pase de pecho, ayer en Sevilla
EFE Daniel Luque, en un pase de pecho, ayer en Sevilla

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