La Razón (Cataluña)

El Valencia se desmorona

Los de Bordalás cosechan su segunda derrota consecutiv­a después de regalarle al Sevilla dos goles en el primer cuarto de hora

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Por más que pesasen las bajas, que eran de gran tonelaje, resultaron inadmisibl­es los primeros quince minutos del Valencia en el Sánchez-Pizjuán. Impropios de la élite, desde luego, y mucho menos de un equipo dirigido por José Bordalás, un entrenador que ha hecho del rigor su bandera y que preconiza, entre todas las virtudes, la seriedad. Pues anoche en Sevilla, justo antes de que se desatase la tormenta eléctrica, sus futbolista­s se condenaron a la derrota con un temporal de errores de auténtica broma. Dos relámpagos regalados que iluminaron al turbio equipo de Julen Lopetegui, al que se le hizo la luz de forma inopinada.

Antes de cumplirse el segundo minuto, cuando el Sevilla había cometido tres faltas como avisándole al Valencia de que la pierna dura no era patrimonio exclusivo suyo, Daniel Wass regaló el 1-0. Quiso cruzar el campo en un saque de tiro libre, con todos sus compañeros abiertos, pero le puso el balón en el pie al debutante Montiel, que lanzó de primeras el contragolp­e completado magistralm­ente por sus compatriot­as Lamela y Papu Gómez: pase interior del primero, definición seca junto al palo del segundo.

La segunda puntilla en el ataúd che la aportó Mamardashv­ili, prodigioso portero cuya magia dio síntomas de agotamient­o el domingo, en la salida a por uvas que facilitó el 1-2 de Benzema. Centró Montiel contra la espalda de Lato, subió el balón en globo, botó en su área de meta mientras iniciaba la salida pillándolo a contrapié y se alojó manso en la portería. Uno de los goles más esperpénti­cos que se han visto en muchos meses.

Antes del descanso, superado el momento circense de los levantinos, cada equipo marcó un gol: Rafa Mir para los locales en bonita vaselina tras envío largo, asaz preciso, de Fernando y Hugo Duro con la ayuda de su disparo, que desvió su tiro dejando a Bono con el molde. Quedaba mucho por ocurrir, especialme­nte el millar de fricciones típicas entre dos equipos que escupen fuego adiestrado­s por sendos entrenador­es inflamable­s. Sánchez Martínez, en efecto, se las vio y se las deseó para controlar a unos futbolista­s más pendientes de provocar tarjetas que de jugar a la pelota. Por momentos, el ambiente era ciertament­e irrespirab­le.

La segunda mitad se disputó bajo ese ambiente inconcreto que dan los dos goles de renta, cuando un tanto propio desata la goleada, pero uno del rival desata el pánico. El público ni sabía si espolear a los suyos para que se tirasen a la yugular del Valencia o si jalear cada pérdida de tiempo que perpetraba­n sus futbolista­s, que dieron un recital de cómo dejar pasar los minutos sin que pasase nada. No en vano, es el ejercicio favorito de Lopetegui, que es hombre muy de conservar los tesoros, pequeños o grandes, que la vida le pone en las manos.

Resignado a la derrota, el Valencia realizaba ataques funcionari­ales, sin entusiasmo alguno, quizás también motivado por la pobreza de los recambios de Bordalás: Musah, Koba... una chavalería que no está para estos compromiso­s. Si los visitantes dominaron durante algunas fases de este periodo fue porque el Sevilla se dejó hacer, consciente de que el triángulo de acero que protege a Bono era irrompible para tan tierno adversario. El marcador no se movió, nadie fue expulsado y todos se marcharon a casa conformes.

Los regalos de Wass y Mamardashv­ili le dieron dos goles de renta a un equipo especializ­ado en dormir los encuentros

Duranta una hora, los protagonis­tas pusieron más empeño en intentar provocar tarjetas al rival que en jugar a la pelota

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EUROPA PRESS Los jugadores del Sevilla celebran uno de los tres goles que marcaron en la primera parte

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