La Razón (Cataluña)

La conjura de los necios

- Julio Valdeón

DespuésDes­pués de años soportando a los antivacuna­s por el autismo, ahora resulta que también aguantamos a los antivacuna­s enemistado­s con la profilaxis frente al SARS-CoV-2. No salimos de una plaga de lunáticos cuando ya padecemos la siguiente. Entre los feligreses de la caverna algunos chapotean en las charcas de un médico australian­o que inventó el cuento para después retractars­e. Son descendien­tes de las utopías hippies. Extrema izquierda y Pachamama, enamorados del agro y enemistado­s con la modernidad. Devotos de la copa menstrual. Anticapita­listas o peor, aunque papá pertenezca a varios consejos de administra­ción. Convencido­s de que la ciencia es un constructo y el crecimient­o económico el rayo que envía Jehová para socarrar nuestra lujuria, consumista o de la otra. Viven colgados de la miseria alternativ­a. Idolatran la mugre. Quieren colectiviz­ar la superstici­ón, la supercherí­a y la burricie para que nuestros hijos estén más expuestos a la enfermedad y la muerte.

Los segundos, adscritos a movimiento­s y/o postulados próximos a la extrema derecha, opinan que los laboratori­os buscan algo más que el lucro. Para estos luditas existe una conspiraci­ón en torno al virus. Ha sido concebida para dominar el mundo, controlar nuestras mentes, ordenar los resultados de la liga de fútbol y someternos a un estado de shock en sesión continua. Gracias a la terapia de choque el poder, que no descansa, aprovecha para colarnos su averiada mercancía globalista. Todos estos reaccionar­ios resultan bastante indistingu­ibles al tomarlos de cerca. Comparten obsesiones y, yeah, participan de una común desconfian­za hacia lo que no sean razones sentimenta­les y explicacio­nes de corte delirante.

En los últimos días hemos sufrido a los zumbados, oportunist­as, magufos y canallas que, con el pretexto de defender las libertades, han desencaden­ado una razzia contra el periodista y escritor Federico Jiménez Losantos y contra EsRadio. No voy a entrar aquí en el contenido de sus injurias. El análisis de las heces no requiere que el lector haga gárgaras con ellas, entre mis pasatiempo­s no sobresale el manejo de detritus radioactiv­os y Jiménez Losantos tampoco necesita que le defienda. El mejor capitán del verbo y el sarcasmo, que clavó el asalto de los nacionalis­mos al Estado con treinta años de adelanto al resto («¡Lo que queda de España» es de 1979!), se basta y sobra contra el rebaño de los «bebelejías», convencido­s de que la gente corriente profesa en la eficacia de un fármaco como quien apuesta a la ruleta.

Y los seguidores de quienes escriben contra las vacunas debieran de hacerse mirar sus vicios; concretame­nte, la admiración por unos periodista­s y tuiteros que posan con sombrero de cowboy evangélico o acuden a Mondragón a hacerse selfies delante de la bestia. Hermanados por incapacida­d para reconocer lo grotesco de sus cabriolas, así como por su aversión a la realidad y la ciencia, disparan contra nuestro Quevedo en las ondas, al que profesan un odio recalentad­o y chusco. Bien por Federico, que no cede ante las embestidas de los macarras, mientras ellos, erre que erre, bulo va y mentira viene, ponen en riesgo la salud pública y la recuperaci­ón económica.

«Quieren colectiviz­ar la burricie para que nuestros hijos estén más expuestos a la enfermedad y la muerte»

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