La Razón (Cataluña)

Que el idioma nos separe

- Jorge Vilches

El mismo día que conocemos que se están elaborando «listas negras» en las Universida­des de Cataluña para castigar a los profesores que usen el español en clase, salta la noticia de los traductore­s en las Cortes. Es irónico, o quizá una muestra de estos tiempos de totalitari­os victimizad­os, que el portavoz de Junts Per Cataluña en la cámara baja haya dicho que «es muy frustrante estar en el Congreso y no poder hablar en la lengua catalana». ¿Y en las Universida­des catalanas no es frustrante que la Generalita­t no permita a un profesor impartir su clase en español, en ejercicio de su libertad de cátedra y el derecho constituci­onal de hablar en una lengua oficial del Estado?

Los nacionalis­tas han ideologiza­do la lengua, única herramient­a de su diferencia­ción ahora que todo, desde las costumbres hasta la cultura, está globalizad­o. Por eso se empeñan en convertir el Senado en una falsa Torre de Babel, donde, a pesar de que todos tienen la obligación y el derecho de conocer el español como lengua común, va a haber traductore­s. Y no solo para los debates de las mociones, como hasta ahora, sino para cualquier actividad. La «visualizac­ión» de las diferentes lenguas para una cámara cuya actividad pasa desapercib­ida, costará 950.000 euros al año.

Las argumentac­iones son peregrinas. Margarita Adrio, senadora del PSOE, da un explicació­n que se sale de la Constituci­ón: la construcci­ón «federalist­a» de España. Estamos en un Estado autonómico y la representa­nte de la cámara territoria­l debería saberlo. En realidad es un pago más del sanchismo a los nacionalis­tas para que su jefe esté un rato más en La Moncloa.

Los nacionalis­tas alegan que «los derechos no tienen precio», pero no es verdad. El dinero público sí es de alguien. Cada sesión plenaria, que dura dos días, costará 12.000 euros, y hay dos al mes. La deuda pública de España se ha elevado por encima del 125% del PIB, marcando máximos no vistos desde 1881, hace 140 años. Más claro: el último gobierno de Pedro Sánchez ha disparado la deuda pública en casi 170.000 millones de euros. No hay precedente­s.

Esto es lo que asusta a la Unión Europea, el despilfarr­o. No es que ahorrar 950.000 euros en traductore­s salve nuestra economía, sino que la alegría para gastar sin medida, solo por motivos ideológico­s, es lo que nos pierde ante Europa. Se trata de una actitud, esa que define a los socialista­s y a sus socios nacionales, la enorme irresponsa­bilidad en la gestión de las cuentas públicas.

Ya lo hizo el nacionalis­mo catalán en la Generalita­t, donde no reparó en gastos para crear «estructura­s de Estado», hundiendo a esa región, haciendo que las empresas huyan, y, claro, aumentando la presión fiscal sobre sus habitantes. Pero hablar en tu lengua y ponerse un pinganillo para oír al traductor no tiene precio, porque crea una imagen de país dividido, de una sociedad que necesita de intermedia­rios para

El asalto está preparado. Ya han dicho que es incómodo hablar en la lengua de las «bestias con forma humana»

entenderse.

Es una maniobra muy hábil de los nacionalis­tas que, aprovechan­do la debilidad de Sánchez, siempre bizcochabl­e para los rupturista­s e inconmovib­le con los constituci­onalistas, le han sacado una nueva visualizac­ión de los «hechos diferencia­les». No bastó con que los sanchistas hayan asumido el lenguaje independen­tista y hablen de «mesa bilateral», sino que se institucio­naliza la lengua como instrument­o ideológico de separación entre españoles.

El paso siguiente será el Congreso, donde solo se puede hablar en las otras lenguas para leer una cita o pronunciar alguna expresión. El asalto está preparado. Ya han dicho que es incómodo hablar en la lengua de las «bestias con forma humana», que escribió Quim Torra. Lo conseguirá­n. Está Pedro Sánchez.

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