La Razón (Cataluña)

UN DÍA LES ENSEÑARÉ FOTOS

- ALFONSO MASOLIVER

Cruzamos los Pirineos mientras nos sacude un primer cóctel de olores. Racimos de lluvia que vendimia cada septiembre un viento agricultor se desgajan de las nubes y parecería que España no nos quisiera dejar ir. Que lanza todo tipo de cuerdas virulentas para frenarnos. Piso el acelerador, suena un trueno, es de noche y se dibuja la sombra de los Pirineos que se levantan como un muro infranquea­ble. Luego brilla un cartel y ya estamos en Francia. Dormimos, hacemos pipí, rematamos los primeros ajustes de la furgoneta. Myriam grita a un francés que se le ha cruzado de mala manera en una rotonda de Biarritz. Vemos París. Soy yo el primero en ver la Torre Eiffel y se la señalo a Myriam, pero hace pocos minutos que nos peleamos porque ella me indicó mal una salida y nos perdimos, entonces hacía calor y yo sudaba copiosamen­te mientras giraba la furgoneta por las calles estrechas de París. París es muy bonito. Un día les enseñaré fotos.

A pocos kilómetros de la capital encontramo­s la tumba de un tarado. Pelirrojo y atormentad­o, todos le conocemos. Es el de la oreja. Una especie de dios de los pintores que consiguió atrapar el mundo mediante un giro de muñeca excepciona­l, era un beato de los sentidos. Luego el mundo le atrapó a él y ahora está enterrado en Auvers-sur-Oise junto a su hermano Theo. Podría contarle más cosas sobre la vez que vimos a Van Gogh y que él no nos vio a nosotros pero el papel es caro y el cuentakiló­metros no deja de subir. Es porque nos hemos «calentado», mi mujer y yo, y decidimos irnos a Tromsø (Noruega) para ver las auroras boreales antes de las primeras nieves. Somos jóvenes, recién casados, vivimos en una furgoneta, qué carajo. Y yo le prometo al lector que voy a mirar y fijarme muy bien en todo para contárselo. Abandonamo­s el olorcillo a coles del abono francés y cogemos la E-19 para descansar en Waterloo. Además de ser el sitio donde Napoleón fue derrotado, nos interesa porque el prófugo Puigdemont vive allí, y queremos visitar su mansión como se visitan las mansiones de los famosos en Hollywood, solo por curiosidad, para indignarno­s un poco más. Apretamos los puños. Nos manchamos de barro digital en el museo de la batalla de Waterloo y volvemos a conducir. Conducimos al norte, persiguien­do a la higuera helada y verde. Nos hemos prometido llegar allí.

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