UN DÍA LES ENSEÑARÉ FOTOS
Cruzamos los Pirineos mientras nos sacude un primer cóctel de olores. Racimos de lluvia que vendimia cada septiembre un viento agricultor se desgajan de las nubes y parecería que España no nos quisiera dejar ir. Que lanza todo tipo de cuerdas virulentas para frenarnos. Piso el acelerador, suena un trueno, es de noche y se dibuja la sombra de los Pirineos que se levantan como un muro infranqueable. Luego brilla un cartel y ya estamos en Francia. Dormimos, hacemos pipí, rematamos los primeros ajustes de la furgoneta. Myriam grita a un francés que se le ha cruzado de mala manera en una rotonda de Biarritz. Vemos París. Soy yo el primero en ver la Torre Eiffel y se la señalo a Myriam, pero hace pocos minutos que nos peleamos porque ella me indicó mal una salida y nos perdimos, entonces hacía calor y yo sudaba copiosamente mientras giraba la furgoneta por las calles estrechas de París. París es muy bonito. Un día les enseñaré fotos.
A pocos kilómetros de la capital encontramos la tumba de un tarado. Pelirrojo y atormentado, todos le conocemos. Es el de la oreja. Una especie de dios de los pintores que consiguió atrapar el mundo mediante un giro de muñeca excepcional, era un beato de los sentidos. Luego el mundo le atrapó a él y ahora está enterrado en Auvers-sur-Oise junto a su hermano Theo. Podría contarle más cosas sobre la vez que vimos a Van Gogh y que él no nos vio a nosotros pero el papel es caro y el cuentakilómetros no deja de subir. Es porque nos hemos «calentado», mi mujer y yo, y decidimos irnos a Tromsø (Noruega) para ver las auroras boreales antes de las primeras nieves. Somos jóvenes, recién casados, vivimos en una furgoneta, qué carajo. Y yo le prometo al lector que voy a mirar y fijarme muy bien en todo para contárselo. Abandonamos el olorcillo a coles del abono francés y cogemos la E-19 para descansar en Waterloo. Además de ser el sitio donde Napoleón fue derrotado, nos interesa porque el prófugo Puigdemont vive allí, y queremos visitar su mansión como se visitan las mansiones de los famosos en Hollywood, solo por curiosidad, para indignarnos un poco más. Apretamos los puños. Nos manchamos de barro digital en el museo de la batalla de Waterloo y volvemos a conducir. Conducimos al norte, persiguiendo a la higuera helada y verde. Nos hemos prometido llegar allí.