La Razón (Cataluña)

Un paraíso posible

- Sergi SÁNCHEZ

Director: Clint Eastwood. Guion: N. Richard Nash, Nick Schenk (novela de N. R. Nash). Intérprete­s: Clint Eastwood, Eduardo Minett, Natalia Traven. EE.UU., 2021. Duración: 104 min. Drama.

«Llegas tarde». Es lo primero que escucha Clint Eastwood en «Cry Macho». Tarde, ¿para qué? ¿Qué se le escapa al William Munny de «Sin perdón» con 91 años sobre sus espaldas? El tiempo, por supuesto. Sin embargo, diríamos que Eastwood no llega tarde: lo que no quiere es llegar demasiado pronto a nada, tampoco a su desaparici­ón. «Cry Macho» es una película sobre un fantasma que se niega a serlo antes de dejar su herencia atada y bien atada. El tema de la filiación no es nuevo en su cine: en películas clave de su filmografí­a como «Million Dollar Baby» o «Gran Torino», su personaje funciona como figura paterna de una generación que siente como sucesora, siempre y cuando esté dispuesta a aprender de sus propios errores. Aquí, Mike Milo, antigua estrella del rodeo, apenas tiene pasado –una foto antigua, el recuerdo exiguo de un accidente, un duelo–, como si a Eastwood solo le interesara filmarse como un cuerpo a punto de extinguirs­e, siempre conjugado en presente. Esto es, un espectro que siestea en una película con microconfl­ictos que se resuelven, a menudo repentinam­ente, al borde de la (auto)parodia, con un laconismo pragmático, que desafía la lógica del relato simplificá­ndola «ad nauseam», porque, claro, lo que a Eastwood le interesa a estas alturas es otra cosa: nada más y nada menos que la descripció­n de un paraíso posible. En películas como las citadas «Sin perdón» o «Million Dollar Baby», esa imagen del paraíso –un crepúsculo hermoso y solitario, una cabaña escondida entre los árboles– era el refugio del héroe que clausuraba su vía crucis. En «Cry Macho» ocupa el cuerpo central del metraje, el filme se detiene y ronronea plácidamen­te entre tamales recién hechos, animales que hay que curar, nietos que nunca fueron, mujeres duras y generosas, villanos de tres al cuarto, boleros acaramelad­os y un gallo que se llama «Macho». Parece como si Eastwood necesitara enseñarnos el espacio donde le gustaría morir, ese remanso de paz donde no pasa nada porque todo ya ha ocurrido. Al contrario que en «La mula», en la que la deconstruc­ción del estereotip­o Eastwood era más explícita y autobiográ­fica, en «Cry Macho» se reduce a un aforismo extremadam­ente sucinto –«Ser macho está sobrevalor­ado»– que pone en primer plano un cuerpo derrotado, una voz quebrada y un rostro agrietado. Como las últimas películas de Manoel de Oliveira –cineasta que Eastwood aplaudió emocionado en el homenaje que el Festival de Cannes le rindió en 2008, cuando estaba a punto de cumplir cien años–, «Cry Macho» es, a su humilde manera, una película de fantasmas. ¿Acaso no reconocemo­s en Mike Milo al espectro de Bronco Billy, ahora hablando en soledad con un gallo que es la némesis de su maternal, lunar masculinid­ad?

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