«La abuela»: Paco Plaza nos enfrenta al terror de la ancianidad
El director de «Verónica» reivindica el género a competición en la Sección Oficial
Si hay un director en el panorama español que pueda ejemplificar la propia evolución de la industria y cómo la figura del autor ha ido cambiando desde los videoclubs de los 90 hasta la pelea con las plataformas de hoy, ese es Paco Plaza (Valencia, 1973). El responsable de «REC» y «Verónica» regresa con «La abuela», que presentó en la mañana de ayer dentro de la Sección Oficial del Festival de Cine de San Sebastián. Sin renunciar al terror desde el que tantas alegrías (y sustos) nos ha dado, Plaza se sirve de un guion de su «buen amigo» Carlos Vermut («Magical Girl», Concha de Oro al mejor filme en 2014) para narrar los horrores de la vejez desde el más puro simbolismo y la transfiguración de preocupaciones tan reales como la dependencia.
Horrores universales
Sin querer acercarse a esa etiqueta maldita del «terror elevado» que nació hace unos años para películas cuyas intenciones horripilantes van un poco más allá de la taquilla, Plaza consigue levantar su mejor película hasta la fecha y, casualidad o no, la más contenida pese al nivel de libertad creativa con el que ha contado. «La abuela» es pausada y consciente de su ritmo senil, justo hasta que deja de serlo y se vuelve frenética, estética y hasta enajenada. Quizá por el «zeitgeist», quizá por su bella factura técnica, o quizá por una Almudena Amor de moda (también está en «El buen patrón»), la película no solo justifica su presencia en esta sección oficial, si no que presenta categoría para crecer en la memoria colectiva de todos los fans del terror. Dentro y fuera de nuestras fronteras.
Justo antes de presentar el filme, filme, el director atendía a LA RAZÓN nervioso por la reacción del Kursaal ante un filme al que la pandemia dio de lleno por temática –la de una nieta que ha de dejar su incipiente carrera como modelo en París para cuidar de una abuela dependiente– y por pura industria: «Nunca nos planteamos llevarla a un festival de tanto calibre como este, pero tras el retraso que supuso el confinamiento y las buenas reacciones de los primeros pases, nos decidimos», explica el cineasta.
Y sigue, sobre el hueco que directores de género como Ari Aster («Hereditary») o Robert Eggers («La bruja») vienen abriendo en las plazas más difíciles del mundo: «La crítica empezó a necesitar etiquetas, creo, para justificar que le gustasen las películas de terror. Es una que alguna gente empezó a utilizar para justificar que le había gustado una, y me parece también una reacción a cierto menosprecio al cine de género que ha habido tradicionalmente. Pero “La semilla del diablo” es una película de terror, y “El exorcista” . Y no hace falta que nadie diga que son elevadas para que sepas que son la leche», opina con vehemencia.
Para el director, que cree que hay determinados «horrores universales» que pueden resonar en cualquier tipo de audiencia, era importante abarcar la vejez, su simbolismo y la problemática moderna de la dependencia desde varias perspectivas: «Los miedos de los que habla la película son algo con lo que todos nos podemos identificar, con esos padres y abuelos que van cumpliendo años y cambiando, ya no son los que tú conocías de pequeño. Por eso quería también afrontarlo como una especie de posesión, en ese ‘‘dónde está mi abuela’’», explica antes de continuar: «Me interesaba el juego de espejos de la película, que se hace explícito cuando ella va a casa de su abuela y se ve en él. Porque en los ancianos de tu familia te ves a ti mismo. La abuela ve el pasado y la joven, el futuro. Ese ciclo al que estamos condenados me parecía interesante ponerlo en imágenes muy claras, como una muñeca rusa».
El filme, eminentemente femenino e insertado en la filmografía de un director que dice sentirse «mucho más cómodo e identificado» cuando sus protagonistas son mujeres, es una especie de juego de luces continuo que va presentando la información al espectador con cuentagotas, dejando tan solo que sea capaz de adivinar la catarsis cuando ya la tiene encima. En «La abuela», Plaza madura, pero no por hacer un terror más sesudo o menos sádico, si no por lograr que el último horror sea el de la propia tristeza.