DESABASTECIMIENTO: UNA CRISIS DIFERENTE
HastaHasta ahora, todas las crisis que ha sufrido el sector del automóvil tenían razones económicas fácilmente explicables. Hemos vivido la depresión que se produjo a partir del año 2008 -Lehman Brothers y otros derivados- y su posterior recuperación. Y asistimos el año pasado a una brutal caída del mercado, con una merma de aproximadamente un tercio de las matriculaciones respecto al ejercicio de 2019 por culpa de la pandemia y todo lo que trajo adherido. Confinamiento, cierre de concesionarios, parada de las factorías, incertidumbre económica, dudas sobre el futuro de las motorizaciones… Fueron factores determinantes en la fuerte crisis de 2020 que se prolongó durante los primeros meses de este año, en donde las condiciones climatológicas, con la famosa «Filomena», no ayudaron nada a paliar la situación. Todos los analistas del sector, tal vez influidos por un sentimiento de buena voluntad o por dejarse llevar más por el deseo que por la realidad, auguraban una recuperación para este año que, si bien no llegaría a alcanzar las cifras de 2019, si que dibujaría un panorama de mercado interior cercano al millón de unidades. Pero la realidad ha sido mucho más ingrata y vemos que las cifras del primer semestre no van por ese camino. Si bien el sector del turismo, y consecuentemente los alquiladores, han recuperado algo de pulso y presentan subidas de hasta el 15% en sus compras, el segmento más importante de todos, el de los clientes particulares que, además, es el que mayor beneficio deja a las redes comerciales, sigue casi sin pulso con caídas superiores al 40% en sus compras. Pero estos últimos meses del año, en donde se esperaba un impulso importante de las ventas, se ven amenazados por otros dos factores externos que tal vez no se tuvieron en cuenta cuando se hicieron los análisis que hablaban de recuperación. El primero es el presumible fin de los ERTE que significará, en muchos casos, el cese de la actividad de los empleados que ahora disfrutan de esa situación laboral. En otoño es posible que se disparen las cifras de paro y ello siempre trae consigo una crisis en el índice de confianza de los consumidores. Y la consecuencia de ello es una retención del gasto familiar que, traducido al automóvil, significa algo así como «mi coche sigue andando bien y puedo prescindir del gasto de comprar uno nuevo». Y ahora se presenta una circunstancia impensable hace sólo unos meses. La crisis de abastecimiento de semiconductores está paralizando las líneas de montaje de las fábricas, no únicamente en España, sino en toda Europa. Esto significa que han descendido los niveles de productos terminados de manera dramática. Y mientras, el Gobierno amenaza con volver a restablecer, a partir del 1 de enero de 2022, los impuestos de matriculación elevados que impuso a principios de este año y que sólo los ha retirado temporalmente cuando el Congreso le ha obligado. Quienes estén pensando en comprar un coche nuevo deberían adelantar su adquisición a antes de fin de año para ahorrarse un montón de euros en impuestos. Y entonces puede suceder que sean los propios fabricantes quienes tengan que rechazar la compra por falta de vehículos disponibles en stock. Algo que hasta ahora nunca habíamos visto. Es esta una crisis diferente a todo lo vivido. Hasta ahora, era el fabricante quien buscaba al cliente. Ahora va a tener que ser el comprador quien tenga que suplicar el coche. El mundo, nuevamente, al revés.