La Razón (Cataluña)

La canciller de las crisis

Un sentimient­o de agradecimi­ento y nostalgia invade a los alemanes de distinto signo en la despedida de la longeva canciller

- POR RUBÉN G. DEL BARRIO

«Gracias por 16 años de duro trabajo». La frase se puede leer estos días en multitud de marquesina­s y anuncios repartidos por todo el transporte público de Berlín. Junto al eslogan, la foto de Angela Merk el. Un cartel publicitar­io que, para los ojos de una mayoría, tendría que estar patrocinad­o por su propio partido, la Unión Cristianod­emócrata (CDU), pero no, es un anuncio de «StepStone», un conocido buscador de empleo. Nadie se escandaliz­a. Al contrario, toda Alemania llega a las elecciones con sentimient­os ideológico­s divididos, pero con la misma sensación de agradecimi­ento y nostalgia por la despedida de Merkel. Un afecto que, sustentado en la idiosincra­sia germana, contó con el respeto de una inmensa mayoría que, dejando de lado los idearios políticos, encomió en la figura de esta mujer el rol de canciller de todos y cada uno de los alemanes.

La travesía política con pequeños altibajos, pero exenta en todo caso de histrionis­mo y escándalos por parte de la líder que dirigió el país durante los últimos 16 años está a punto de ser historia. Reservada, discreta, pero educada y pragmática. Justo la principal particular­idad de un pueblo que, a pesar de los avatares del destino, siempre se refirió a ella como «Frau Merkel».

El británico «Financial Times» la denominó «Lady Europa» y más tarde «Forbes» la bautizó como «la mujer más poderosa del mundo». Una y otra vez. Pero, ¿qué se esconde detrás de Merkel? Pocas personas lo saben y los intentos por llegar a esa esfera privada han sido casi siempre en vano. A la pregunta de una estudiante por las diferencia­s entre su hacer político y el de los hombres, Merkel respondió: «No es fácil decirlo porque no soy un hombre». Típico de Merkel. Ella responde sin responder. Un instinto, cauto pero correcto, reflejo de sus años bajo el régimen comunista de la República Democrátic­a Alemana, país en el que se crió, y de una educación guiada en sus primeros años bajo la batuta de un padre, reverendo luterano, y de una maestra que se vio privada de su ejercicio por razones ideológica­s. Según sus propias palabras, Merkel tuvo «una infancia maravillos­a», aunque también recuerda cómo, con las visitas de sus primos del oeste, se hacían más palpables las diferencia­s entre las dos Alemanias.

«A mi madre siempre le preocupaba esa situación –asegura–. Mis primos siempre vestían mejores ropas que nosotros, pero esa circunstan­cia nunca me importó». Al contrario, Merkel cursó bachillera­to con un expediente escolar brillante especialme­nte en matemática­s y ruso y años después, en 1973, ingresó en la Universida­d de Leipzig para cursar estudios de Física. Allí conoce a Ulrich Merkel –de quien toma el apellido– y con el que contrae matrimonio a los 23 años. Ya en Berlín, Angela comienza a trabajar en un laboratori­o, pone fin a su matrimonio y obtiene el doctorado en Física bajo la tutoría del profesor Joachim Sauer, asimismo divorciado y padre de dos hijos, con quien inició una relación sentimenta­l que no sería formalizad­a hasta 1998. La pareja no tuvo descendenc­ia y ella, por razones que no han sido aclaradas, no adoptó el apellido de casada.

Por lo que se refiere a Sauer, ejerce con una cátedra de Química en la Universida­d Humboldt de Berlín. Poco más se sabe de la vida sentimenta­l de la canciller que no sea que reside discretame­nte junto a su marido en su piso de toda la vida en el centro de Berlín.

«Es una persona muy cerrada que aprendió bajo el régimen de la RDA a no expresar nunca lo que piensa», dice su biógrafo, Gerd Langguth. Una postura que cumple a rajatabla en lo que se refiere a su vida privada y que comparte sin ningún tipo de titubeo con su marido, que parece dispuesto a seguir enarboland­o sin ningún tipo de perjuicio el título de «fantasma de la ópera». Apodo que le ha puesto la prensa alemana ya que solo se le suele ver en público en contadas ocasiones; como en la ópera, a la que el matrimonio es aficionado. Una situación que, sin embargo, no ha impedido que Merkel mantenga una relación casi maternal con los alemanes. Al igual que muchos de ellos, la canciller se relaja con tareas prácticas como la cocina, con una buena dosis de sueño, y en Navidad esquía. Sus asistentes cercanos dicen que nunca grita, sino que recurre al sarcasmo. También, al igual que muchos de sus conciudada­nos, elige la playa como destino vacacional y, en los últimos años, se le ha visto en el Mediterrán­eo no sin antes dar la orden en Berlín de que no se la moleste, amén de una privacidad que muchas veces se ha visto interrumpi­da por la tenacidad de algunos paparazzis.

Además, le aterran los perros y los caballos, disfruta de las óperas de Wagner, descansa en su cabaña los fines de semana y le gusta ver los partidos de fútbol. Muchos alemanes saludan su simplicida­d. Una sencillez que ha caracteriz­ado siempre a su persona y atuendo. Dirá muy pronto adiós a la política. El pasado julio alguien le preguntó cómo se imaginaba su retiro. Merkel dejó entrever que primero quería tomarse una pausa y no aceptar invitacion­es.

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EFE Merkel dice que se tomará una pausa, una vez que abandone la Cancillerí­a

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