La Razón (Cataluña)

Un vuelco en la brújula europea

- Wilhelm Hofmeister

Las elecciones son una fiesta de la democracia. Pero no todos tienen algo que celebrar cuando se cuentan los votos. Hasta que no se cuente el último voto, no sabemos quién celebrará en Alemania el domingo por la noche. Queda por esperar si Angela Merkel puede entregar la Cancillerí­a al candidato de su propio partido o si la Unión Demócrata Cristiana (CDU), de la que fue líder durante 18 años (de 2000 a 2018), tendrá que ocupar en el futuro la dura bancada de la oposición.

Sin duda, Merkel sigue siendo muy popular en Alemania. Sus índices de aprobación nunca han estado por debajo del 50%, ni siquiera en tiempos de crisis. Pero Armin Laschet, actual líder y candidato de la CDU, no puede reclamar un bono de gobierno o incluso de canciller. Si hasta hace unos meses parecía seguro que la CDU sería la más votada y que no se podría formar un nuevo Gobierno sin ella, la campaña electoral ha desarrolla­do una dinámica que puede llevar a un cambio político drástico en Alemania. En lugar de un Gobierno federal liderado por la CDU, el resultado de las elecciones podría ser un Gobierno llamado «rojo-verde-rojo», es decir, una coalición del Partido Socialdemó­crata, el Partido Verde y el Partido de la Izquierda, organizaci­ón sucesora del Partido Socialista

de Estado de la extinta República Democrátic­a Alemana (RDA).

La dinámica de la campaña electoral en Alemania muestra que incluso un Gobierno que tenga un éxito relativo en general no recibirá de ninguna manera la confirmaci­ón automática en las urnas, a menos que se cumplan dos condicione­s: un partido que sepa representa­r el estado de ánimo de una gran parte, si no la mayoría de la población, y un candidato que convenza a la gente de su capacidad de liderazgo.

Alemania se caracteriz­a, entre otras cosas, por un sólido desarrollo económico, un bajo nivel de desempleo, un alto nivel social y un sistema sanitario que funciona bien como fue demostrado durante la pandemia de coronaviru­s. La canciller es muy respetada en su país y a nivel internacio­nal. Sin embargo, su partido debe temer ahora por su victoria electoral. Evidenteme­nte, bajo su liderazgo como presidenta, el partido ha perdido el contacto directo con grupos sociales relevantes, y tampoco sabía dominar los temas que mueven a un gran número de votantes.

Además de Merkel, la CDU sigue teniendo muy pocas mujeres en puestos importante­s del partido y del gobierno. Su sucesora inmediata en la presidenci­a del partido, Annegret Kramp-Karrenbaue­r, carecía de la solidez necesaria para mantenerse en el cargo. En general, esto significa que una parte importante del electorado está subreprese­ntada. El partido también tiene dificultad­es para encontrar el tono adecuado con los grupos de votantes más jóvenes. Además, al candidato le cuesta alcanzar la misma popularida­d que la canciller. En conjunto, esto supone considerab­les dificultad­es para que la CDU consiga un resultado electoral que la sitúe de nuevo al frente de los asuntos de gobierno en Alemania.

Por ello, el principal aspirante, Olaf Scholz, candidato del SPD, se ha limitado en la campaña electoral a mostrar el menor perfil claro posible, porque sabe que la mayoría de los alemanes tiende a rechazar una alianza de izquierdas. Con su bajo perfil, ha mejorado sus perspectiv­as electorale­s y las de su partido. Si es suficiente para liderar el Gobierno se verá en la noche electoral. Tras la celebració­n de los ganadores de los comicios, Alemania podría despertars­e con resaca.

Wilhelm Hofmeister es director de la Fundación Konrad Adenauer en Madrid. Autor de «Los partidos políticos y la democracia. Teoría y práctica en una visión global»

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Scholz ha dado evasivas porque sabe que los alemanes rechazan la alianza de izquierdas

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