Caroline Fourest: «La libertad para odiar está fuera de control»
La periodista francesa disecciona en el ensayo «Generación ofendida» las graves contradicciones y censuras de la izquierda identitaria
El diagnóstico de esta intelectual feminista es negativo, casi catastrofista. Pero tiene asimismo una dimensión de advertencia reparadora. Caroline Fourest afirma, en su nuevo ensayo sobre las políticas identitarias y la dictadura de lo políticamente correcto, que vivimos bajo una tiranía de la ofensa que nos está sofocando: «La libertad para odiar jamás ha estado tan fuera de control en las redes sociales, y la libertad de hablar y pensar nunca ha estado tan vigilada en la vida real». –¿La crispación en las redes es lo suficientemente trascendental como para hablar de inquisiciones culturales o ejercicios de cancelación? –Las jaurías digitales solamente significan uno de esos aspectos graves. No se limita por desgracia a la intimidación por la red. Es indudable que la incitación al odio, el hecho de insultar con impunidad, de atacar, se ha liberado por la existencia de las redes sociales. Digamos que estamos sometidos a una violencia continuada y, al mismo tiempo, también en la vida real y en la universidad, que es donde deberíamos aprender a desarrollar nuestra mentalidad crítica y nuestro espíritu creativo. La conversación es cada vez más difícil entre generaciones y está cada vez más polarizada. No logramos entendernos porque hay un vocabulario que se ha vuelto sectario, purista, en las universidades y en la industria cultural en general, que no favorece la conversación ni la propia libertad. Se llegan a rechazar a artistas o incluso obras de arte porque han sido creadas por personas que no tienen la identidad de la que se habla en esas obras. Ahora mismo estamos en esta paradoja, hasta el punto de que el color de la piel de un traductor importa. –¿Las políticas identitarias desvirtúan el rumbo del progresismo?
–Sí, sin duda. En nombre de la lucha por la igualdad se tiende a aplastar las libertades y esto nunca es bueno porque cada vez que la izquierda ha abandonado la lucha por la libertad y ha dejado a los más reaccionarios enfrente, las cosas nunca han acabado bien. Si hoy en día la derecha conservadora puede decir que está defendiendo la libertad es porque la izquierda se ha postulado del lado de la censura en vez de contraargumentar. Hay una parte de la izquierda identitaria (muy inspirada en los conceptos de identidad política procedentes de Estados Unidos) que ha caído en el victimismo y en la moral como armas arrojadizas. En lugar de tener paciencia e intentar eliminar los prejuicios y deconstruir las categorías sexistas, invierte precisamente estas tendencias para llegar a una intimidación intelectual. La moral no es la manera de eliminar el racismo o el sexismo. La única vía es la igualdad y no la censura.
–¿Es posible conseguir algo cuando se trata de anular con los ojos del presente las formas de pensar, actuar o crear pertenecientes al pasado? –Hacer eso es un error y una de las enfermedades de nuestra época. Nos informamos y nos politizamos a través de las redes sociales y hemos perdido el gusto por el contacto, por el contraste, por poner las cosas en su lugar. –Señala que a las nuevas generaciones «se les ha enseñado a quejarse para existir». ¿No cree que es injusto criminalizar la queja en una generación a la que en muchas ocasiones se la acusa de falta de implicación?
–Este libro es una llamada a la conversación y hay padres que me han dicho que incluso han podido retomar el diálogo con sus hijos, en su mayoría con niveles altos de estudios y que creen tener la razón en todo. Claro que hay que escuchar a las víctimas, claro que esta generación tiene que estar indignada, pero se apasiona por unas causas que a veces pueden ser moralizadoras. Yo, personalmente, he estado luchando contra la homofobia y para combatir contra todo eso he tenido que entablar diálogos con personas que creían que la homosexualidad era una enfermedad. –Corren, entonces, malos tiem
pos para escuchar...
–Y para la calma. Nuestras democracias están pasan un momento complicado de desestabilización. Lo hemos visto con la crisis del Coronavirus: la gente no cree en los mismos relatos, existen visiones muy contrarias sobre el pasado, la ciencia, las vacunas, sobre lo que ocurre a nivel internacional. Hay cosas en el mundo muy graves en términos de desigualdad como para estar pendientes de prohibir obras de teatro.