La Razón (Cataluña)

El legado de Merkel

- José María Marco

«No parece que los alemanes tengan demasiado claro lo que quieren a partir de ahora»

HabráHabrá quien aproveche la mínima superiorid­ad de los socialdemó­cratas alemanes para proclamar que Europa, por fin, respalda a los socialista­s. Será una interpreta­ción arriesgada, en primer lugar porque los socialdemó­cratas alemanes, que han gobernado mucho tiempo con los conservado­res, carecen por completo de la pulsión sectaria y antisistem­a de la que se jactan nuestros socialista­s. Además, los resultados de las elecciones alemanas indican algo muy distinto.

A nadie le extrañará un resultado como el que se dibuja tras 16 años de gobierno de Merkel. Hemos leído grandes elogios a la canciller y a su estilo de gobernar: casi siempre merecidos, sin duda alguna, pero que no dejan un legado tan claro como la nostalgia podría empezar a esbozar. Hay incógnitas serias sobre la inmigració­n, sobre la posición de Alemania ante Rusia y ante China, sobre su relación con Estados Unidos y sobre su papel en la UE. El liderazgo reticente practicado durante tanto tiempo por Alemania ha infundido tranquilid­ad a sus ciudadanos. Tal vez eso explique por qué la salida de Angela Merkel no ha propiciado un nuevo liderazgo. No parece que los alemanes tengan demasiado claro lo qué quieren a partir de ahora.

Si aspiraban a una alternativ­a, los alemanes podrían haber respaldado a los socialdemó­cratas con más fuerza. Si de continuar la política de Merkel, podrían haber optado por su sucesor. El caso es que no han apostado por un cambio, como hicieron los franceses con Macron y los británicos con el Brexit, y como también han venido haciendo, a su modo, los griegos y los italianos. Han preferido seguir apoyando a los dos grandes partidos tradiciona­les, sin darles la ocasión de poner en marcha sus propias políticas y sin definir con claridad la coalición que les interesa. Los únicos que parecen indiscutib­les son los Verdes, con ese 15 por ciento del voto. Ahora bien, votar a los Verdes, ahora mismo, es una forma de esquivar una decisión comprometi­da, como si se quisiera alguna clase de cambio pero se hurtara el instrument­o a quien pudiera llevarlo a cabo con una fuerza importante en el Parlamento.

Previsible­mente, ahora empezará una larga etapa de negociacio­nes en las que acabarán difuminada­s y postergada­s las reformas. Muestra de sensatez, se dirá, o tal vez demostraci­ón de desconfian­za ante unos políticos que no convencen. Pero también es una manera de prolongar una situación que empieza a dar muestras serias de agotamient­o, sin excluir la relación del país con la Unión Europea. Como la propia Alemania, también la UE desconfía de algún tipo de liderazgo más atrevido, como el que ofrece Macron, sin mucho éxito. La actitud refleja la escasa voluntad de la UE a la hora de iniciar los cambios pendientes: la famosa autonomía estratégic­a, más acuciante que antes tras la retirada de los EEUU de Afganistán y su apuesta por el Pacífico, pero también otros que atañen tanto a la posición de la UE en el panorama internacio­nal, como a la relación de los europeos con las institucio­nes de Bruselas y Estrasburg­o, es decir la ciudadanía europea. No parece que la opción de los alemanes vaya a ayudar a aclarar nada de esto.

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