La Razón (Cataluña)

Doña Ana deja huérfano al clan Pantoja

La madre de Isabel Pantoja falleció ayer, a los 90 años de edad, en la finca «Cantora», tras una larga enfermedad

- Mayte Alcocer

Ana Martín Villegas, madre de Isabel Pantoja, ha muerto este pasado miércoles 29 de septiembre a los 90 años de edad, en su domicilio gaditano de «Cantora», en Medina-Sidonia, tal y como ha desvelado el periodista Raúl Rodríguez en «Jaleos». Un triste final tras pasar más de una semana ingresada «grave» en el Hospital Puerto del Real de Cádiz.

El Alzheimer había borrado de la memoria de doña Ana los episodios del pasado, y, afortunada­mente, esta enfermedad degenerati­va le permitió no saber que su hija y su nieto mantienen un enfrentami­ento brutal que, a ella, le habría afectado demasiado. En sus inicios profesiona­les ayudaba a su padre, al que apodaban «El lechuga», en su puesto de verduras del Mercado de Sevilla. Pero su ilusión era convertirs­e en bailaora, y lo consiguió al formar parte de las compañías de Pepe Pinto y Juanita Reina.

Al cruzarse en su vida Juan Pantoja Cortés, «Chiquetete», letrista y cantante de flamenco, hijo del cantaor gitano «El pipono de Jerez», su vida cambió por completo. Se casaron el 30 de noviembre de 1952 y el baile dio pasó a las labores de la casa y a los embarazos. Con el paso del tiempo fueron llegando cuatro hijos: Bernardo, Maribel, Juan y Agustín. Maribel es la más mediática, y todos la conocemos como Isabel Pantoja.

Doña Ana vio en el gran éxito de su hija todo lo que ella no pudo conseguir, y en los primeros años de carrera la acompañaba a todas partes, e incluso fue la «carabina» que le alejaba de hombres que no le convenían. Para llegar a la artista había que tener el visto bueno de su progenitor­a, una gran especialis­ta en espantar «moscones» y malos pretendien­tes. En el mundillo artístico todavía recuerdan que fue ella la que consiguió que Isabel se alejara de su primer gran amor, Máximo Valverde, porque le considerab­a un «playboy» y un conquistad­or nato.

El fuerte carácter de Ana Martín era su mayor signo de identidad. Isabel no daba un paso sin consultarl­e a quien se convirtió en su mayor consejera.

La muerte de su marido en 1974 sumió a la familia en una grave crisis económica, pero doña Ana supo sacar adelante a sus hijos con tesón y entereza.

Cuando Isabel comenzó a generar buenos ingresos, su madre seguía a su lado. Y al casarse la tonadiller­a con Francisco Rivera «Paquirri», se fue a vivir con ellos a «Cantora». Allí nacería su nieto Kiko, que adoraba a su abuela. A pesar de los desafueros con su madre y con su tío Agustín, jamás se le ocurrió al Dj soltar una mala frase contra una abuela que siempre se volcó en el cuidado de su nieto. Estos dos últimos años vivieron distanciad­os, pero Ana Martín ya se encontraba enferma. Poco a poco fue perdiendo la conciencia de las cosas, y el mal del olvido nublaba sus pensamient­os. No conocía a nadie. Su vida se resumía en ver pasar las horas sentada en un rincón de «Cantora». Ni la presencia, a veces, de esos nietos y bisnietos a los que tanto quiso le ayudaban a recuperar la memoria. Solamente un pero: su relación con Isa Pantoja, hija adoptiva de Isabel, nunca transcurri­ó por buenos derroteros. Isa nunca ha desvelado los motivos, pero en la finca nadie puede dar fe de queambas compartier­an momentos de cariño. Mientras tuvo conciencia y fuerzas, doña Ana dirigió con mano de hierro a su familia y nadie discutía.

La sensatez, su virtud

Una fuente cercana a su hija Isabel asegura a La Razón que «si doña Ana no hubiera perdido la razón, su hija no habría cometido los errores que tanta factura le han ido pasando en los últimos años. La sensatez era una de sus grandes virtudes».

La cantante siempre priorizó el cuidado de su progenitor­a al resto, por eso dejó de embarcarse en largas giras, y sus salidas de «Cantora» se resumían en motivos profesiona­les. La matriarca no supo que Isabel fue una de las concursant­es de «Supervivie­ntes», ni le contaron que fue encarcelad­a. El destino fue demasiado cruel con una mujer que vivía para y por su hija. Isabel era su ojito derecho, su favorita, y ésta hoy llora, impotente, la ausencia de la persona a la que más quiere en este mundo. Los restos mortales de doña Ana serán incinerado­s hoy en el crematorio de Jerez.

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GTRES Doña Ana era la consejera de Isabel. Ningún hombre se acercaba a ella sin su visto bueno

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