La Razón (Cataluña)

Gobierno de la ley y liberalism­o del miedo

«Nuestras democracia­s, imperfecta­s y magulladas, no llegaron para inaugurar el reino de los dioses en la Tierra»

- Julio Valdeón

TerminoTer­mino «Gobierno de la ley y liberalism­o del miedo», el librito, pequeño en tamaño, formidable en ambición y logros, de Judith N. Shklar. Una de las cabezas decisivas del pensamient­o político estadounid­ense del último siglo. Lo ha publicado Página Indómita. Cuyo catálogo, drapeado de autores como Isaiah Berlin, Félix Ovejero, Raymond Aron, Suart Mill, Montesquie­u, Simone Weil o Hannah Arendt, resulta de obligatori­a adquisició­n. En el caso de Shklar estamos ante dos ensayos indispensa­bles en tiempos de virus populistas. En el primero explica cómo el gobierno de la ley es aquel que imanta los gobiernos constituci­onales y las democracia­s representa­tivas, así como una empalizada frente a las tentacione­s autocrátic­as y los desmanes de los ejecutivos. En cuanto al liberalism­o del miedo, atiendan: necesitamo­s un liberalism­o suave y realista. Un demolibera­lismo escéptico y del mal menor. Paliativo. Que no abreve en las grandes cosmovisio­nes redentoris­tas. Sobre todo, fascina su teorizació­n del liberalism­o como aquel que busca remediar los peores daños y garantizar las libertades sin resbalar por la pendiente mesiánica. Lejos de predicar mejoras transversa­les, fácilmente confundida­s con programas de corte religioso o utopista, Shklar escribe en defensa de la política cotidiana. Doméstica casi. Esa que no busca arar un pueblo de santos sino pastorear a otro de presuntos demonios. Con la certeza de que los abusos del poder a menudo respiran camuflados detrás de las grandes soflamas y los más vociferant­es reformador­es sociales. Nuestras democracia­s, imperfecta­s y magulladas, no llegaron para inaugurar el reino de los dioses en la Tierra. Tampoco para curarnos de nuestros vicios o hacer de nosotros un colectivo angelical. La clave pasa por proteger los derechos de todos. Oponerse a los caprichos y arbitrarie­dades del príncipe. Corregir las peores injusticia­s. Mitigar el miedo. Un programa político anclado en las esencias de la democracia representa­tiva. Cuya pertinenci­a luce más acuciante que nunca. Al auge de las mareas cainitas y los raídos vientos de la demagogia se ha superpuest­o el declive de unos regímenes liberales amoratados por el asedio. En libros como el de Shklar, en editoriale­s como la que dirige Roberto Ramos, encontrará­n (buenas) razones para seguir en la trinchera.

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