Del heroísmo trágico
Director: Cary Joji Fukunaga. Guión:N. Purvis, R. Wade, Scott Z. Burns. Intérpretes: Daniel Craig, R. Malek, R. Fiennes, Ana de Armas, L. Seydoux. Reino Unido, 2021. Duración: 163 min. Acción.
Es significativo que el ciclo Craig se abriera y ahora se cierre como un homenaje serializado a «007: al servicio secreto de su majestad», la película más denostada de la saga. Esa rara avis, que tuvo al James Bond de vida más breve desde el debut del personaje en el año 1962, esbozaba al héroe trágico que Craig remata en este brillante fin de fiesta, y que ha servido como modelo de los espías de las últimas dos décadas, especialmente del Ethan Hunt/Tom Cruise de «Misión imposible». En este sentido, el ciclo Craig, entendido como ampliación en el campo de batalla del monociclo Lazenby, asumía, desde la ejemplar «Casino Royale», su condición de anomalía en la construcción de un arquetipo de masculinidad a la antigua usanza, elegante pero machista, que parecía sobrevivir en un eterno presente sin que el pasado ni el futuro, puras entelequias, fueran capaces de modificar su código genético. No es casual que la trama de «Sin tiempo para morir» se ponga en marcha –después de un prólogo que parece robado de una cinta de terror– cuando Bond visita la tumba de su amada Vesper Lynd: no es que la película esté iluminada por lo crepuscular sino por lo directamente tanático. Cary Fukunaga ha orientado la provisional vuelta al ruedo de Bond acentuando de forma considerable la vulnerabilidad del personaje, buscándole una sustituta femenina y afroamericana, creándole la posibilidad de una familia y convirtiendo un acto sacrificial en la razón esencial de su existencia. No faltan, por supuesto, ni las «set pieces» espectaculares –atención a la que se desarrolla en Ischia, con un paréntesis inmóvil en el interior del invulnerable Aston Martin de Bond, que se convierte en el lacónico escenario de una separación– , ni la trama apocalíptica – aquí animada por una enfermedad en forma de nanobots que prefigura estos tiempos pandémicos, definidos por la distancia social y la alergia al tacto– ni tampoco los secundarios de lujo – especialmente un Christoph Waltz que mejora al Hannibal Lecter de Hopkins en una sola escena y una carismática Ana de Armas, que se merecería un «spin off» para ella sola como chica Bond en prácticas– ni, claro, el villano de turno, un Rami Malek con piel de lagarto que rebaja en cierta medida el tono hiperbólico de Javier Bardem en «Skyfall» sin acabar de limar de forma rotunda sus molestos manierismos. Sin embargo, si «Sin tiempo para morir» se sitúa ya entre los mejores títulos del ciclo Daniel Craig es por su capacidad para rellenar los huecos que faltaban para convertir a Bond en un ser humano con conciencia de la muerte.