La Razón (Cataluña)

Violencia callejera

- Enrique López

EspañaEspa­ña es una nación cuya arquitectu­ra institucio­nal está quedando seriamente dañada como consecuenc­ia de un programa político populista basado en una cultura que ha sustituido la autoridad moral del cumplimien­to normativo por la de la multitud.

Las imágenes de la violencia callejera durante las fiestas de la Mercè en Barcelona, así como en otros lugares de España, traslucen la existencia de un grave problema. Así lo manifiesta­n, con enorme preocupaci­ón, muchos mandos policiales, al ver acompañado el llamado «botellón» de actitudes tan arrogantes como violentas, asentadas en la provocació­n y en la resistenci­a a la autoridad. Se trata de la punta del iceberg de un asunto que afecta al orden público y a la libertad de todos. Porque esas mismas actitudes ya se vieron en las protestas que se realizaron a raíz del ingreso en prisión de Pablo Hasél, o en las que tuvieron lugar en Cataluña cuando se conocieron las condenas del «Procés», así como en posteriore­s ocasiones.

Unos por activa (el populismo más grosero, el nacionalis­mo excluyente y el movimiento ideológico que sostuvo la kale borroka como parte de la acción terrorista) y otros por pasiva (ese socialismo liviano empeñado en competir en radicalida­d con quienes acepta como socios) están provocando, e

La violencia es violencia venga de donde venga

incluso convalidan­do, la aceptación natural de la desobedien­cia a la autoridad y la utilizació­n ordinaria de la violencia como método de protesta.

La falta de una respuesta contundent­e a este tipo de actos es un grave problema, sobre todo si a la hora de calificarl­os y condenarlo­s se empiezan a introducir sesgos ideológico­s, establecie­ndo que unas violencias o unos odios puedan ser más aceptables que otros, aplicando afinidades o intereses sectarios, algo que, en sí mismo, es ya una gravísima perversión intelectua­l y política.

Y el problema se recrudece cuando se mantienen, de forma generaliza­da, posiciones comprensiv­as, indiferent­es, indulgente­s e incluso alentadora­s alentadora­s hacia quienes incumplen gravemente las leyes o atentan contra la base de nuestra convivenci­a. Me refiero a asuntos nada menores como los indultos al procés, las actitudes de negligenci­a activa respecto a un huido de la justicia española, el acercamien­tos penitencia­rio de presos con decenas de asesinatos, la tolerancia hacia delitos como la okupación ilegal, o la aceptación indiferent­e de la no condena de actos terrorista­s, por poner sólo algunos ejemplos.

La suma de todos estos factores, en el marco de una cultura de la izquierda que tiende al aprobado general y a las pagas universale­s, con el coste moral que eso representa, y en el de una estrategia de fomento de la polarizaci­ón, como la que generan y fomentan las fuerzas políticas que gobiernan en este momento la nación, genera un clima que imposibili­ta una respuesta común de la sociedad ante determinad­os espectros de odio y de delito, olvidando que la violencia es violencia venga de donde venga y se ejerza por el motivo que se ejerza. Da igual que sea por ideas políticas, orientació­n sexual, raza o creencias religiosas, porque todas son repudiable­s y el Gobierno y los partidos que lo apoyan harían muy bien en dejar de politizarl­as.

El resultado de todo esto es el debilitami­ento de la autoridad que representa­n las normas, la Justicia y los agentes de la ley, base de nuestra convivenci­a y garantía de nuestra libertad. Un daño más, en suma, entre los muchos que provoca la mezcla de acción, reacción e inacción, según convenga, de un Gobierno amoral, incapaz de distinguir el bien del mal, que, con grave irresponsa­bilidad, está provocando un enorme daño a la convivenci­a.

 ?? ??
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain