La Razón (Cataluña)

Tibu, de los maletines y las putas a la cárcel: la revancha de un mánager

De implacable representa­nte de Aute, Hombres G y El Canto del Loco, a compartir prisión con Mario Conde, Díaz Ferrán y el Clan de los Gordos: Carlos Vázquez publica unas explosivas memorias que retratan varias décadas de la industria musical

- Ulises Fuente, MADRID

Abajar los artistas les da pereza

la basura. Quieren sololasmie­lesdeltriu­nfo, el justo pago por su talento, siempre inconmensu­rable. Alguien debe hacerse cargo de sus desperdici­os, indignos de su categoría de creadores. Para eso se inventaron los mánagers. Para propiciar, resolver y hacer navegar el ego. Asumir las culpas del fracaso, pues solo a ellos es achacable esa vergüenza. A tan secundario menester se dedicó Carlos Vázquez Moreno, al que pocos conocen por ese nombre. Tibu, como era (y es) célebre y polémico en la profesión, fue el implacable representa­nte de una larga lista de artistas (Luis Eduardo Aute, Hombres G, José Mercé...), y en el cumplimien­to de su oficio hizo lo que se tenía que hacer. Pagos en B, C y D. «Engrasamie­nto» de relaciones con alcaldes, concejales y directivos de televisión. Jamones, putas, coca y maletines. Ganó e hizo ganar mucho dinero viniendo de la nada. Y en la nada, en la cárcel, terminó condenado a cuatro años por apropiació­n indebida en un caso demandado por El Canto del Loco. A la sombra de Soto del Real conoció a Mario Conde, Conde, a Gerardo Díaz Ferrán y se hizo íntimo del jefe del Clan de Los Gordos, capos del narcotráfi­co de Madrid. Tuvo tiempo para pensar y para escribir unas páginas llenas de amargura. Un libro («Tibu. Memorias de un mánager», Lince) que es un puro ajuste de cuentas lleno de detalles morbosos. «Hablo de sucesos que me jodieron muchísimo y no son ni la centésima parte. Porque si lo cuento todo... Tengo los documentos. Los faxes, las fotos, los correos, las facturas, tengo su vida guardada ante notario». Su vida, es decir, su basura. Avaricia y egocentris­mo El libro es una bomba de detalles íntimos de artistas, caricatura­s que no reproducir­emos. ¿Pecados? Avaricia, infidelida­des y egocentris­mo con nombres y apellidos. Todos, claro, son sus antiguos representa­dos. «Los masones hablan del honorable derecho a la venganza. Yo entregué mi vida, la de mis hijos y dos matrimonio­s fallidos para que las carreras artísticas y los egos de estos señores navegasen y pareciesen libres de toda sospecha. Cuando llega la gran crisis en 2009, todos esos personajes para los que era su salvador y venían a mi oficina o a mi casa a pedir adelantos, más conciertos o salir en televisión, a pedir y pedir... no solo se van, sino que lo hacen por teléfono. Salvo Hombres G. Y eso no lo puedo perdonar. No aguanto la cobardía. Todo me produjo una amargura terrible», dice el mánager, quien, como es ley de todo condenado, proclama su inocencia. «Decían que había robado a El Canto del Loco cinco millonesde­euros,peromecond­enaron por 200.000. En mi oficina se movía muchísima pasta. Eran 14 artistas en España y en América. Si me quiero pringar, por cinco millones me la juego, pero...».

Tibu nació en una casa acomodada. Su padre formó parte de la División Azul que combatió en Stalingrad­o y ejercía de procurador en Cortes con Franco. Iba al colegio del Pilar, pero por las tardes se quitaba el uniforme y se perdía en los billares. «Era muy macarra y me gustaban las peleas. Hemos trapichead­o y nos hemos pegado y robado coches. La música cambió un destino que tenía fijado. No me queda ni un amigo de esa época: han palmado todos, en un atraco, de sobredosis... por todo lo que tiene que ver con la delincuenc­ia». Consiguió convencer a su padre, con quien siempre mantuvo una relación de amor y respeto, para que le permitiese estudiar música con el objetivo de ser director de orquesta. En realidad, aprendió a tocar el bajo y se enroló en la orquesta Jerusalem, donde cantaban unas mellizas que terminaría­n siendo Las Supremas de Móstoles. Allí, a golpe de rumba, merengue y pasodoble, aprendió a respetar el oficio y el escenario. «Hoy llegan los músicos y te preguntan por el camerino. ¿Te mereces el camerino? ¿Eres tan bueno? Y, si lo hay,

«Envié hasta 20.000 jamones y firmé contratos en puticlubs. Que pagaba yo, claro», asegura

agradécelo». Después tocó en la orquesta de un cabaret-puticlub, el Xayro, y a finales de los 70 conoció a Ramoncín: «Preferíamo­s tocar en Madrid sur, porque en el norte nos tiraban patatas», bromea. «Nuestra fama era injustific­ada. Nunca hicimos nada en el escenario escandalos­o porque jamás pudimos terminar un concierto. Salvo una vez que actuamos en la presentaci­ón de ‘‘La Codorniz’,’ Ramón se puso a mear en el escenario... y salpicó a Fraga».

Su primer trabajo como mánager fue con la Guardia, a los que grabó un pelotazo. Llegó a tener a 14 artistas girando a la vez en España y América. Manolo Tena, La Guardia, Javier Álvarez, Juan Pardo, Hombres G, El canto del Loco, Mago de Oz, incluso Las Ketchup o Marta Sánchez. Todos, casi sin excepción, en sus mejores momentos, haciendo fortunas. «Todo artista necesita un martillo pilón detrás. Un cabrón con el mazo. Eso es el oficio. Pero siempre aparece un padre o una novia que dicen que ellos van a ser los mánagers mejores, que un tío de fuera te saca la pasta». En las tácticas está la clave del éxito. Ya lo adivinan, en el amor y el negocio musical todo vale. Por ejemplo, «engrasar» a determinad­as personas y saber leer los mensajes. «La contrataci­ón de fiestas de los pueblos no te la puedes imaginar. Contratos firmados en puticlubs (que pagaba yo, claro). Subvencion­es en todos lados. Con un alcalde de La Mancha estábamos programand­o las fiestas y me dice sin venir a cuento: ‘‘Estoy preocupado porque la tonta de mi hija se ha quedado preñada y se va a tener que casar. ¡Y no tiene muebles de cocina!’.’ Me quedé parado y le dije: ‘‘Alcalde, no se predas, ocupe, vamos a firmar las fiestas y su hija va a tener esos muebles. ¿Dónde han puesto la lista de bodas?’.’ Y delante de él llamé a mi secretaria para que le amueblasen la cocina. ‘‘Bueno, pues vamos a firmar las fiestas’,’ me dijo...”». «Había pueblos de Extremadur­a donde me recibían como a Jesucristo en Domingo de Ramos porque habré regalado más de 20.000 jamones en mi vida. Algunos de esos bolsos de Loewe que recibió una famosa política los envié yo. Jamás me correspond­ieron con un regalo». En otra ocasión, asistió a una fiesta en la que solo había hombres. Hasta que llegó un autobús de prostituta­s y cocaína para todos, al más puro estilo Pablo Escobar. Y él conocía el aroma porque también había estado en una fiesta del narco colombiano. «Cuando cambian la Ley de Televisión y entran las autonómica­s y las privaen privaen ese coto que acaba de nacer hay una pasta que se sale por las orejas. Todo se puebla de políticos muy paletos que se creen que en Madrid hay más dinero todavía. De todos los colores ponían el cazo. Llegado ese punto, yo prefería al corrupto de verdad que sin miramiento­s me decía: ‘‘¿Cuánto me va a quedar a mí?’’». «En honor a la verdad, no me arrepiento. Y el que diga que no le hubiera gustado al menos una vez en su vida desayunar con caviar y vivir como James Bond tiene vocación de cura. Yo tuve la suerte y la destreza de sobrevivir. Porque el estanque estaba lleno de pirañas», confiesa. La ilustre cárcel Tibu achaca su caída en desgracia a la cancelació­n de una gira de El Canto del Loco tras la repentina muerte de Miriam, la hermana de Dani Martín, que provocó que le cortasen el crédito. Con el grupo disuelto, recibe una querella para que aclare el pago al grupo de un concierto en el palacio de los Deportes. Tibu asegura que como estaba tratando de salvar su empresa, faltó al plazo para presentar la auditoría y la muy exhaustiva que presentó después, firmada por Bernardo Díaz de Quirós, no fue aceptada por el juez. El Ministerio Fiscal pide su absolución pero el juicio oral desemboca en su condena a cuatro años de prisión. «Dani Martín me tenía guardado en su teléfono como ‘‘Papá’’. Pero todo se tuerce cuando aparece Patricia Conde, que fue, digamos, muy mala consejera». ¿Ha vuelto a hablar con él? «No. Y podría decir que no quiero volver a verle, pero es una pérdida de tiempo. Si le viera, le diría que me diese la mano. Y no volveríamo­s a hablar nunca más si no quiere. Pero vivimos momentos tan increíbles...”».

En la cárcel de Soto del Real pasó tres meses en un módulo «chungo» pero fue trasladado a otro donde coincidió con presos ilustres como Mario Conde, Gerardo Díaz Ferrán, Nicolás Steegman López-Dóriga, «todos los de Acuamed» y algunos de sus viejos conocidos, concejales y alcaldes de toda España. «También había un holandés que había desparrama­do a su chica por papeleras de Barcelona. Les gustaba el sexo duro y un día se pasaron y la palmó. La hizo trozos. Y uno de mis mejores amigos al que quiero y respeto y creo que va a ser un gran escritor era el jefe del Clan de los Gordos. Le adoro. Hicimos un grupo con los que teníamos unas conversaci­ones alucinante­s. Los hay que juegan al póquer o al dominó y nosotros íbamos a la biblioteca o al patio a fumar y a charlar. Lo malo es que pasas 12 días encerrado en el chabolo (la celda). Pero estuvimos lo menos mal que se puede estar».

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Carlos Vázquez Moreno, Tibu, fue mánager de Hombres G, El Canto del Loco y Luis Eduardo Aute
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ALBERTO R. ROLDÁN

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