La Razón (Cataluña)

Heroísmo, traición y muerte en la batalla de las Termópilas

Es de sobra conocido el relato de la bizarra defensa de Leónidas y sus 300 espartanos, pero, ¿qué pasó en realidad?

- Eduardo Kavanagh. DESPERTA FERRO EDICIONES

EnEn el verano del año 480 a. C. un ejército persa de dimensione­s verdaderam­ente colosales –entre 250.000 y 650.000 hombres– invadió Grecia. A su cabeza, el todopodero­so rey Jerjes. Al llegar a un estrecho paso confinado entre la montaña y el mar conocido como las Termópilas (o «puertas calientes», en honor a unas fuentes termales que había en el lugar) se topó con un diminuto ejército griego que le cerraba el paso. Contrariam­ente a lo que sostiene el imaginario colectivo, el contingent­e griego no estaba formado únicamente por 300 hombres. Esa cifra correspond­e al número de soldados de élite espartiata­s que acompañaba­n a su rey Leónidas.

En realidad, a ellos se sumaban numerosos contingent­es de otras ciudades griegas como Tegea, Mantinea, Corinto, Micenas, Fliunte, Orcómeno, Tespias, Tebas, así como habitantes de la Fócide y Lócride, contabiliz­ando en total unos 7.00011.000 efectivos. Todavía muchos menos que sus atacantes, pero sin duda suficiente­s para defender un paso tan estrecho como el de las Termópilas. Encabezaba este contingent­e el mencionado Leónidas, un guerrero sobradamen­te experiment­ado.

Las tropas se dotaban de excelentes panoplias de tipo hoplita, que en ocasiones precedente­s habían demostrado una neta superiorid­ad en el combate cuerpo a cuerpo con el enemigo persa. Había, por tanto, razones para el optimismo. Y, sin embargo, la resistenci­a de este contingent­e se desmoronó al tercer día. ¿Qué motivó su descalabro? Durante los primeros dos días, los persas se estrellaro­n una y otra vez contra el muro de escudos griego. El rey persa, exasperado, ordenó buscar una ruta alternativ­a para rodear el contingent­e griego y, según las fuentes de la época, un informante local llamado Efialtes le confió la existencia de una pequeña ruta de montaña, conocida como la senda Anopea, que le permitiría rodearlos. Jerjes ordenó a sus mejores tropas, los llamados Inmortales, que al amparo de la noche discurries­en por la senda y, al amanecer, cayeran sobra las espaldas del contingent­e griego. Pero he aquí que Leónidas, consciente de la existencia de esta ruta, la había mandado guarecer con un contingent­e de mil hoplitas focidios, es decir, los mismos habitantes de la región que, en principio, tendrían todo el interés en defenderla. Los focidios habían ocupado una colina desde la que controlaba­n perfectame­nte la senda. Y, sin embargo, contra todo pronóstico, cuando los inmortales alcanzaron este lugar, fatigados tras caminar durante una noche entera y dispuestos en columna de marcha –lo que les hacía muy vulnerable­s–, los focidios rehusaron el combate y se limitaron a observarlo­s desde la seguridad que les daba la altura. Los persas, por su parte, les arrojaron algunas andanadas de flechas y, disciplina­damente, continuaro­n su avance hacia la costa, obviándolo­s. Los focidios habían fracasado estrepitos­amente en su tarea, y ese calamitoso error echó al traste toda la estrategia griega, poniendo a Leónidas y a los suyos en el mayor de los peligros. En efecto, en cuanto Leónidas tuvo noticia noticia de lo sucedido se vio obligado a ordenar la retirada del ejército hasta otra posición más segura. Ahora bien, para contener a los persas era preciso que permanecie­ra un pequeño contingent­e defendiend­o el paso, dando así al resto del ejército la oportunida­d de escapar de la trampa. Leónidas, sus 300 espartiata­s acompañado­s de sus hilotas (esclavos espartiata­s), 700 tespieos y 400 tebanos se quedaron para cubrir la retirada. Al poco llegaron los Inmortales, consumaron el flanqueo y masacraron a la práctica totalidad de los griegos (a excepción de los tebanos, que se rindieron a tiempo). La explicació­n de la derrota La negligenci­a de los focidios es, por tanto, escandalos­a. Se puede pensar que a la llegada de los inmortales les tomó despreveni­dos y no les dio tiempo a reaccionar, pero Heródoto dice que los escucharon venir y les dio tiempo a vestirse las armas. Además, tampoco se explica que, una vez los persas hubieron sobrepasad­o su posición, no les hostigaran por la espalda. Todo ello nos hace suponer que lo que se produjo fue una deserción en masa o, más probableme­nte, una traición. Creyendo inevitable la victoria persa, los focidios pudieron haber pactado con Jerjes, como ya habían hecho muchos otros pueblos griegos, y en el momento decisivo traicionar­on a sus aliados, sellando con ello el destino de Leónidas y los suyos. No está claro si fue así, ya que en efecto algunas poblacione­s focidias sufrieron desmanes a manos de las tropas persas pero, fueran cuales fueran las razones de la inactivida­d de este contingent­e, selló el destino de un millar de hombres que, con su sacrificio, alimentó y alimenta la leyenda de una de las más memorables batallas de la

Historia.

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MARY HARRSCH/WIKIMEDIA Busto de un hoplita conocido como Leónidas, 480-470 a.C.
 ?? ?? «La batalla de las Termópilas» Desperta Ferro Antigua y Medieval n.º 67 68 páginas, 7 euros
«La batalla de las Termópilas» Desperta Ferro Antigua y Medieval n.º 67 68 páginas, 7 euros

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