La Razón (Cataluña)

Urdiales borda el toreo en la casa de Curro Romero

El riojano corta dos orejas del cuarto tras una faena de mucha intensidad y Manzanares, una oreja simplona en Sevilla

- Patricia Navarro - E SEVILLA

ra algo cercano a una misión imposible que volviera a ocurrir algo sobre el ruedo de la Maestranza con la resaca de Morante, que pesaba como una losa en la memoria. Una neblina de felicidad lo impregnaba todo y aportaba cierto desdén por el presente. Era algo así como profanar un lugar sagrado en el que queríamos seguir viviendo. El primero nos ayudó a regodearno­s en el ayer y de hecho nos costó un tiempo darnos cuenta de si el de Domingo Hernández era bravo o de cualquier otra raza. Con la ausencia de movilidad que salió de toriles daba cuenta de que estaba a punto de cumplir los seis años y condenar su futuro a las calles. Se salvó para pisar nada menos que Sevilla y con Urdiales. Hay toros con suerte. Derribó en tres ocasiones a Manuel Burgos con la misma intensidad que luego salía en huida. Exprimió Diego la poca franqueza que tuvo por la derecha y se fue tras la espada.

El cuarto nos vino a poner en nuestro sitio: en pie. A matar o morir se fue detrás de la espada Se tiró encima con una entrega descomunal, como si en ello se le fuera la vida y algo de eso había. El cruce de caminos resultó volcánico. La estocada fulminante y la reacción del pútriunfos blico como un resorte. Dos trofeos premiarían la faena de Diego a un toro que comenzó con muchas irregulari­dades, y que tuvo después largura en el viaje y motor. Su tercero, Juan Carlos Tirado, se cortó la coleta. Menudo día y lugar, aunque para eso tuvimos que esperar al final. Antes lo bordó Urdiales en la casa de Curro Romero. Se entretuvo el riojano con el toro, desde esa verticalid­ad en la que ejerce las profundida­des del toreo sin necesidad de corrompers­e. Sin látigo, ni tirones para fuera. Largos y hondos Para dentro, a la cadera, templado, por debajo de la pala del pitón, naturales tremendos por largos, hondos y aterciopel­ados. Era imposible pensar en el toreo después de lo del día anterior. Pero un derroche de clasicismo hizo posible lo imposible y volvió a poner al descubiert­o que hay muchos, pero verdad una. El airoso prólogo plagado de torería fue premonitor­io de lo que vino después. Hizo el toreo del derecho y del revés, sin preámbulos ni tiempos muertos, en busca de la perfecta imperfecci­ón y puso a la Maestranza bocabajo. Y al toreo en pie.

Un gran natural dejó Manzanares en la faena del segundo, que fue bueno. Y el resto, relleno. De aquí para allá, tirar líneas para fuera y querer acercarlas en el último instante. Espadazo recibiendo y trofeo. Faena que hemos visto mil veces. Faena que no recordarem­os. Así está Sevilla. Franco y a menos fue el quinto. Anodina la labor.

Ángel Jiménez brindó a los compañeros por haber tenido la generosida­d de abrir el cartel. Comenzó con fuegos artificial­es la faena al tercero, que fue noblón y se dejó hacer y poco a pocos el suflé se fue bajando entre la voluntad del torero con poco más contenido. El complicado sexto le exigió y dio la cara., pero es que Diego lo había bordado nada menos que en la casa de Curro.

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Diego Urdiales, en una explosiva suerte suprema al cuarto, del que paseó los dos troeos EFE/RAÚL CARO

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