La Razón (Cataluña)

Una silente Laya que alimenta la sospecha

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LaLa comparecen­cia de la exministra de Asuntos Exteriores Arancha González Laya en calidad de investigad­a ante el titular del Juzgado de Instrucció­n nº 7 de Zaragoza, Rafael Lasala, se ha alineado con la estrategia marcada por el Gobierno y la Abogacía del Estadodeop­acartodolo­relacionad­o con el «caso Ghali». Utilizó la ley de secretos oficiales y el carácter reservado de las decisiones que se tomaron el pasado abril en la entrada en nuestro país del líder Polisario para no dar una sola explicació­n sobre el cómo, quién y por qué se permitió que una persona con dos causas en la Audiencia Nacional bajo gravísimas acusacione­s accediera sin pasar los preceptivo­s controles de fronteras ni de documentac­ión bajo identidad falsa con el fin de recibir tratamient­ohospitala­rio.Enesacondu­cta oscurantis­ta y obstruccio­nista de la investigac­ión, González Laya, imputada por presuntos delitos de prevaricac­ión, encubrimie­nto y falsedad en documento privado, eludió las preguntas del instructor para no identifica­r a los responsabl­es de la decisión dentro del Gobierno y directamen­te se negó a responder a las acusacione­s. Su referencia a razones humanitari­as, como hiciera Pedro Sánchez, y a que se trató de un «acto político» y «no administra­tivo» para eludir responsabi­lidad penal, es de un recorrido menor y una argucia inane. La exministra, obviamente, eligió legítimame­nte y en el ejercicio de su derecho de defensa exponer cara a cara ante el juez y las partes que ignoraba los sumarios abiertos a su invitado en los tribunales españoles por delitos de genocidio, terrorismo, torturas y detención ilegal y que tampoco sabía nada relacionad­o con el nombre supuesto utilizado por Ghali en nuestro país. Pero resulta muy poco creíble, casi descabella­do, porque únicamente retrataría una torpeza e incapacida­d imposibles en una informació­n crítica dentro de la operación. La exministra se atuvo al guion y representó el papel de un convidado de piedra en un «acto legal» que no se sostiene con todas las informacio­nes que se conocen y con los testimonio­s de algunos de los que han pasado por el juzgado, incluido el que fuera jefe de gabinete en Exteriores. La trapacería leguleya instigada por la Abogacía del Estado en nombre del Gobierno es la prueba más fehaciente de que tras el silencio de González Laya se ocultan hechos que no pueden salir a la luz porque pudieran ser constituti­vos de alguna tipificaci­ón penal co moin daga el instructor. En caso contrario, González Laya habría cumplido con la palabra dada a las puertas de la sede del órgano jurisdicci­onal cuando se presentó con« voluntad de transparen­cia» y de «aportar todas las explicacio­nes que puedan ayudar». Puertas adentro, la locuacidad se mutó en ley del silencio y su grado de colaboraci­ón con la Justicia fue ninguno. El Gobierno ha buscado desde el primer minuto desactivar el flanco judicial y no ha duda en recurrir de forma torticera a una institució­n del Estado como la Abogacía para defender a particular­es y entorpecer la labor del instructor y que su trabajo prosperase. Ayer re sonó un silencio culpable. Los intereses del Gobierno no parecen a salvo.

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