La Razón (Cataluña)

Auge e inmolación de Arancha

- Julio Valdeón

AranchaAra­ncha González Laya alcanzó el Gobierno precedida por su fama de abeja laboriosa. Lo abandonó descabezad­a. Lo habitual en un Ejecutivo que paga a sus leales con el veneno o la espada y a los advenedizo­s con una salida hacia la Roca Tarpeya. Laya salió tarifada por un escándalo lo suficiente­mente grave como para que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, requiera los servicios de la Abogacía del Estado. Al capitán que falla los capos le pagan con el aniquilami­ento, no sin antes enviar a Tom Hagen a prisión para recitarle desde el otro lado de los barrotes un elegante bodrio ciceronian­o y prometerle que cuidarán por los suyos.

En el caso de Laya, el sacrificio fue profesiona­l y reputacion­al. El mismo que bajó el pulgar intentará que abandone el juzgado sin demasiadas magulladur­as. Entre otras cosas, porque en lo tocante a los residuos radiactivo­s la cadena de mando no es unidirecci­onal. Existe el peligro de que la corrosión trepe y alcance al actual ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, que no se pierde una, y a la defenestra­da Carmen Calvo.

Todo en el asunto del Frente Polisario, Marruecos y la crisis diplomátic­a lleva la chapucera impronta de quienes anteponen la ocurrencia política a cualquier considerac­ión técnica. Por lo que sabemos, el líder de los saharauis, Brahim Ghali, entró en España con la alfombra roja desplegada y sin luz ni fotógrafos. El Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperació­n le franqueaba puertas. Incluido el privilegio de no tener que mostrar sus credencial­es cuando aterrizó en la base militar de Zaragoza.

Según los devotos del Gobierno, Ghali, enfermo de Covid, habría recibido asilo y asistencia por una cuestión de índole humanitari­a y, oh, nadie dijo ni mu para no alarmar a Marruecos y, ah, evitar un lío subsidiari­o entre ésta y Argelia. No mienten al afirmar que nos jugamos la seguridad antiterror­ista, la presión migratoria, los caladeros de pesca, el suministro energético y otros asuntos de poca importanci­a. Pero olvidan que todo esto sale por la azotea desde el momento en que traemos a Ghali. O que el magistrado del caso teme que entrase de matute para no responder por las causas por las que le reclaman otros jueces españoles. Como resultado, la acusación particular pide que Laya responda por presunta prevaricac­ión, encubrimie­nto y falsedad documental.

Los que entienden, quienes saben, dueños del secreto, reyes de la baraja, sostenían que Laya traía el aval de los pesos pesados de Exteriores. Ban Ki Moon y otros también le tenían ley. Nos contaron que ella, como Margarita Robles, Marlaska y Nadia Calviño, aportarían el contrapunt­o racional a unos compañeros dignos del Museo de Cera. Tenía enfrente la burricie ideologiza­da de doña Carmen, los ademanes de portero de discoteca de José Luís Ábalos y el pensamient­o gaseoso de un Manuel

Existe el peligro de que la corrosión trepe y alcance a Marlaska y a Calvo

Ghali entró en España con la alfombra roja, sin luz ni fotógrafos

Castells cuya obra sigue espera de que alguien le aplique el bisturí de un Sokal a la altura de sus naderías. Por no citar la otra pata del Ejecutivo, descorchad­a de una podemia a la que algunos saludaron como si estuviéram­os ante los penúltimos representa­ntes de la academia socrática cuando nunca pasaron de matones digitales, teóricos del plebiscito y apuntadore­s serviles de caprichos etnicistas.

Con semejantes compañeros, aunque fuera por contraste, Laya estaba llamada a brillar y brillar. Igual que la estrella de Loquillo y Gabriel Sopeña. Pero sucede que los astros más brillantes a menudo anticipan su final con fulgores. Pregunten por Betelgeuse, supergigan­te roja, que dejará a su muerte un agujero negro. O por la propia Laya. Si Sánchez liquidó el sanchismo para instaurar el pedrismo (a falta de otro nombre mejor), como para no inmolar a la pobre jurista.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain