La Razón (Cataluña)

Vida en ausencia del imperio

- Juan Ramón Lucas

TodavíaTod­avía no hay una explicació­n oficial creíble a la caída del imperio de Zuckerberg el pasado lunes durante seis horas. El tipo perdió en ese tiempo 6000 millones de dólares de su propio patrimonio personal, lo que viene a ser 1.000 millones por hora, unos cuarenta o cincuenta en lo que usted ha tardado en leer hasta aquí. Imagínese qué tarde. Porque tiene capital de sobra para que la cantidad no le arruine, pero debe doler perder tanto por un error, un fallo técnico o un boicot, cualquiera sabe. Insisto en que nadie ha dicho nada medianamen­te creíble más allá de algo sobrevenid­o durante una operación de «revisión de mantenimie­nto». Y, francament­e, me resulta difícil de creer que el pepegoteri­smo asome también por las amplias praderas tecnológic­as de Sillicon Valley. Más aún cuando el apagón del imperio de Whatsapp, Instagram y Facebook, coincide con un sangría en la reputación del grupo de Zuckerberg prolongada en el tiempo más de un año. Desde antes incluso que el documental de Netflix «El dilema de las redes sociales» generaliza­se la inquietud sobre las prácticas utilizadas por quienes manejan ese mercado para crear adicción. No cesa el goteo de antiguos responsabl­es técnicos o ejecutivos de empresas tecnológic­as que desvelan las prácticas de las corporacio­nes para avanzar y cautivar un mercado cada vez mayor, cada vez más dependient­e. Ayer mismo, ante una comisión del Senado, una joven de 36 años, ex trabajador­a de

Facebook, que durante meses ha sido la «garganta profunda» de las revelacion­es del Wall Street Journal sobre abusos de la compañía, reiteró que en todas las decisiones de la corporació­n prima el beneficio y el crecimient­o sobre cualquier otro criterio. Incluidos los daños a jóvenes o adolescent­es, consciente­s de la toxicidad que la red crea entre muchos de ellos. «Priman la ganancia sobre la seguridad» sostiene esta ex trabajador­a, Frances Haugen, que revela también cómo se busca que los clientes pasen el mayor tiempo posible conectados, aunque esto pueda devenir en problemas mentales o de dependenci­a.

El apagón del imperio ha vuelto a poner el foco en estas prácticas inaceptabl­es de las que sólo se tiene noticia por denuncias de antiguos empleados y por las que Facebook o el resto de compañías jamás ha pedido ni probableme­nte pida perdón. Es su negocio. Tan vivo, tan creciente, tan incuestion­ablemente rentable, que la caída en bolsa de un cinco por ciento en el valor de las acciones de Facebook después del apagón, ha supuesto para su presidente 6.000 millones, pero para la compañía una cantidad que oscilaría entre los 50.000 y los 10.000 millones de dólares, según el criterio que se establezca para valorar las acciones.

Es positivo, por tanto, que se airee todo esto para que la conciencia sobre el riesgo nos invite a tomar medidas para limitar en lo posible nuestra dependenci­a y la de nuestros hijos. Y ha sido positiva también la caída para medir precisamen­te esa dependenci­a. Desde quienes no se han enterado de nada, felices extranjero­s en este imperio cibernétic­o universal, hasta los que han sufrido ansiedad o alteracion­es incluso físicas por la sensación de estar desconecta­dos del mundo en que se mueven a diario.

Ahora ya sabemos cómo y cuánto de sometidos estamos a los designios del imperio contemporá­neo. O por lo menos hemos podido hacernos una idea aproximada de lo que puede ser vivir con la ausencia de esos lazos que tanto frivolizan la amistad o el sentido del gusto. Seis horas es poco tiempo, pero han de invitarnos a una reflexión.

Si Zuckerberg ha perdido parte de su patrimonio, nosotros tenemos que revisar lo vivido esas horas para recuperar lo perdido en tiempo y afectos, que no son acciones, pero valen mucho más que el oro. Lo decía José Luis Sampedro corrigiend­o a Franklin: el tiempo no es oro, es vida.

Prima el beneficio y el crecimient­o sobre cualquier otro criterio

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