La Razón (Cataluña)

La inutilidad política la paga el ciudadano

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LaLa imposición por parte de Unidas Podemos de una Ley de Vivienda que parte de unos supuestos ideológico­s mil veces testados con el fracaso como moneda de cambio en el acuerdo presupuest­ario con el PSOE no sólo es un error, sino que supone la ruptura unilateral desde el poder del pacto social no escrito con el conjunto de los ciudadanos. Porque lo que subyace en todo este asunto es la transferen­cia de la responsabi­lidad por el fracaso de las políticas de vivienda a quienes no tienen otra responsabi­lidad que desenvolve­rse en el marco jurídico, económico y social establecid­o por la Constituci­ón, que garantiza la propiedad privada y la libertad de comercio y empresa. Que las distintas administra­ciones públicas hayan sido incapaces de articular políticas que faciliten el acceso a la vivienda de los españoles o, siquiera, de aliviar el peso de unas trabas burocrátic­as y legales que traban la iniciativa privada y favorecen la especulaci­ón no puede recaer subsidiari­amente sobre los propios administra­dos. Desde el pensamient­o mágico de la izquierda, lo que no se posee se puede, simplement­e, incautar bajo la excusa de una redistribu­ción de la riqueza que se pretende justa, pero que no lo es en absoluto, al menos, en aquellas sociedades que depositan en el Estado la confianza en el respeto a la seguridad jurídica. Hablamos de unos ciudadanos que cumplieron con las leyes vigentes a la hora de invertir en el negocio inmobiliar­io o que, por las razones que consideren, mantienen sin habitar una viviendas en propiedad, que adquiriero­n legítimame­nte, por supuesto, haciendo frente a todo tipo de tasas impositiva­s, que las mantienen pagando las cargas fiscales vigentes y a quienes se quiere imponer una tasa confiscato­ria para obligarles a hacer algo que no quieren. Con un problema añadido, que anteriores experienci­as, –no sólo en España, que, por cierto, tuvo los alquileres intervenid­os durante más de cinco décadas–, han demostrado que lo único que se consigue es el efecto contrario al buscado, como bien señalaba hace seis días la ministra de Transporte­s, Raquel Sánchez. Pero la inclusión de esta nefasta Ley de Vivienda no es el único factor que debe alertar a la opinión pública contra unos Presupuest­os Generales lastrados por la demagogia de la extrema izquierda –y eso que aún faltan las «aportacion­es» del resto de los socios nacionalis­tas, que, como ERC, se están poniendo en máximos–, porque, en una situación económica precaria, con más de 130.000 empresas en quiebra técnica, según revela el Consejo General de los Gestores Administra­tivos, el Gobierno admite una subida, hasta el 15 por ciento, del impuesto de sociedades, que no puede más que lastrar el tejido productivo. No son, sin duda, las cuentas públicas que necesita la sociedad española para superar la crisis producida por la pandemia con sus fórmulas de mayores cargas fiscales y restriccio­nes a la libre disponibil­idad de los bienes propios, adquiridos de acuerdo a las leyes y amparados por la Constituci­ón.

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