La Razón (Cataluña)

Tres Santos en el volcán de La Palma

- Cristina López Schlichtin­g

OírOír el rugido y colgarse la cámara, fue todo uno. Se dijo que aquello no podía estar sucediendo de nuevo. Desesperad­o, porque no tenía coche, llamó a unos amigos para que lo llevasen al volcán. Había crecido con las imágenes de la otra montaña escupiendo furiosa, en octubre de 1971, y la ansiedad pudo más que el temor. En su retina permanecía impresa la lava roja estallando contra el cielo, sobre el mar de fondo, en medio de un mar de humo exhalado por la boca redonda. Todo atrapado en una postal. Cuántas tardes repasando con el dedo las comisuras incendiada­s del Teneguía, admirando la resolución de su padre, Juan José Santos, que apenas vio la erupción, puso un telegrama a Barcelona, para que le enviasen una cámara. No sabía fotografía, tampoco tenía trípode, pero sostuvo el aparato con mano firme, en plena noche, después de leer despacio las instruccio­nes que traía la caja. Vivía a cinco minutos a pie de la falda del volcán y lo retrató cinco, seis, siete veces al día. Luego se lo contó al hijo: «Cuando veas un volcán, habrás contemplad­o el espectácul­o más bello de la naturaleza». Hermoso y desgarrado­r. En Barcelona, los líquidos del revelado convirtier­on aquellos negativos, llegados por correo, en el testimonio tembloroso de un auto sacramenta­l prehistóri­co. Se hicieron 100.000 postales de una de las tomas, que dio la vuelta al mundo y se sigue vendiendo. No les hizo ricos, pero les dio un buen pasar muchos años, junto con los mapas y las guías configurad­os con tino y vendidos en la tienda de postales. En la mente de Saúl, el padre fotógrafo se creció hasta héroe guanche y, en lo secreto del ánima, el crío soñaba también con su oportunida­d telúrica.

Así que esa tarde pasó. Que oyó las noticias y se tiró a las cámaras, con las que se ganaba la vida como fotógrafo de naturaleza. Que buscó un otero y empezó a disparar, esta vez al Cumbre Vieja. Cada colina fue de nuevo un mirador, cada roca un trípode, y de la cámara moderna, con teleobjeti­vo potente, sale ahora belleza incandesce­nte. Los ríos hirvientes, de fragua fresca; el fuego inmenso, la nube de humo, la noche encendida. Imágenes imposibles del volcán pegado a las casas, del río rabioso precipitán­dose por el acantilado y levantando fumarolas. Saúl Santos, que lo había aprendido todo de Juan José Santos, que cabalgó a sus hombros de padre, triunfa ahora subido a las espaldas del volcán de La Palma. Una tercera generación de Santos sobará las fotos y soñará con ellas, palmeros viejos desde niños, que tal vez tengan que fotografia­r volcanes del siglo veintidós. Le pregunto si le gustaría: «Si no hiciese daño, si fuese simplement­e bonito, claro que sí... la Saga Santos». Si quieren estremecer­se, miren en Facebook saulsantos­fotografia.

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