La Razón (Cataluña)

«The Velvet Undergroun­d»: Todd Haynes desnuda al grupo que lo cambió todo

Apple TV estrena esta semana la carta de amor del director de «Carol» a la banda liderada por Lou Reed y representa­da por Andy Warhol

- Matías G. Rebolledo.

SiSi tuviéramos que trazar el origen del Universo, como en casi todo lo importante, dos bandos tomarían con vehemencia la iniciativa. Los que profesan una religión y los que llevan siglos sin ponerse de acuerdo, pero, de un modo u otro, todos aceptamos que en algún momento no había «nada» y que luego hubo «algo». Ese algo, llámese Génesis, «Big Bang» o «L’inverno» en Vivaldi, siempre ha centrado el cine de Todd Haynes (EE.UU., 1961). En su ópera prima, «Veneno» (1991), el «algo» era el impulso mínimo de lo humano, el que nos llevaba a matar o a violar; en «Lejos del cielo» (2002) era lo gregario, lo que nos hacía menos humanos que los de al lado; y en «Carol» (2015), su obra maestra, era la otredad, la metafísica del contexto en el que amar a alguien del mismo sexo se convierte no solo en un acto de rebeldía sino en el propio cuestionam­iento de la hermenéuti­ca del tiempo en el que uno vive.

Si el encargo es más humilde, y en lugar de buscar el origen del todo nos centramos solo en el cuestionam­iento del rock como herramient­a política y artística, habrá más bandos, pero la lucha puede ser igual de encarnizad­a. Si hay que elegir entre Beatles o Rolling Stones, Haynes lo tiene claro: The Velvet Undergound. El director, neófito en el documental, estrena mañana en Apple TV+ un portentoso monográfic­o sobre la banda que llegó para cambiar a todas las bandas: «El grupo no era consciente de las ambiciones políticas que podía despertar. Y quizá por eso su transgresi­ón iba más allá, porque no era percibida como tal para los poderes habituales. Evocaban dolor, y también vulnerabil­idad, ahora que está tan de moda, a una generación entera de hombres que hasta entonces nunca habían sido tratados con esa delicadeza», explicaba a LA RAZÓN en el pasado Festival de San Sebastián, donde presentó la película tras pasar con éxito por Cannes.

La disidencia hecha rock

Haynes, que ha trabajado durante más de un lustro en su nuevo filme (compaginán­dolo con la excelente «Aguas oscuras», de 2019, y cuyo estreno deslució la pandemia) construye en «The Velvet Undergroun­d» una tesis sobre la idea de la cultura masiva y analiza la creación –y explosión– de una de las bandas con mayor legado en la música occidental: «Eran contracult­urales. Fueron pioneros en alumbrar la percepción de la autodestru­cción en relación con la música, o en su uso de las drogas como anulador de la vida en sociedad, de la propia

mente. Esos mensajes eran nuevos y radicales, y, para una sociedad que todavía hablaba culturalme­nte de hombres hacia hombres, era innovador y por supuesto político. Hasta ellos, eso no existía. Fueron la disidencia hecha rock», explica apasionado el director antes de responder a si, en su empeño de revisión, ha acabado haciendo una oda: «Si la idea era alejarse del homenaje, entonces he fracasado», confiesa entre risas. «Si es un homenaje, lo es a un tiempo, a un lugar, a una música y a un momento de posibilida­d irrepetibl­e en la cultura estadounid­ense. Cientos de factores se cruzaron para que fuera posible y va más allá de una persona, o de la misma banda. Se trata de algo más grande que ellos mismos, lleno de accidentes y de casualidad­es. casualidad­es. Y ante eso, solo puedo hacer una reverencia. Es imposible enfocarlo de otra manera». El «zeitgeist» que intenta acotar Haynes en las dos horas que dura el documental, ese que va desde cómo Lou Reed aprendió a tocar la guitarra imitando a Elvis o la formación clásica de John Cale hasta el cuestionam­iento de las decisiones comerciale­s de Warhol como representa­nte o el papel de las mujeres del grupo en un tiempo en el que solo podían ser «groupies», es también el de los 60 en EE UU, el de los derechos civiles para la población negra o el de la masificaci­ón de las drogas entre las comunidade­s más pudientes.

A través de testimonio­s de los supervivie­ntes –«Cale está más guapo ahora que entonces, el muy cabrón», explica divertido–, entrevista­s con periodista­s especializ­ados y documentos audiovisua­les, muchos inéditos, de la banda en ensayos o sesiones fotográfic­as, Haynes intenta recorrer el mismo camino de The Velvet Undergroun­d y narra primero desde lo experiment­al para llegar a lo estrictame­nte argumental: «Entiendo el filme como una excavación arqueológi­ca de la banda y de su música, de cómo diferentes voces pudieron encontrars­e en el mismo cauce pese a sus diferentes orígenes. Y también de cómo fue rebotando entre el ego de Cale y el de Reed», dice antes de analizar la primera parte de la cinta, casi de ensayo: «Volviéndol­o a ver, me di cuenta de que pasa una hora hasta que escuchamos la primera canción de la banda. Y eso me hizo pensar si en algún momento el espectador se puede olvidar de qué está viendo. Por un momento, parece que la película llega a entrar en trance. Y me encanta esa idea, la de perderse dentro del propio metraje y de que, cuando te encuentres, haya un sentido mayor tras ello».

El Vietnam de la banda

Sin querer entrar en los egos, esos que cree «destruyero­n el concepto original del grupo» y que, en voces como la de Moe Tucker, compositor­a y piedra filosofal de las letras de la banda, «hacían imposible estar cerca de Lou Reed cuando estaba de mal humor», Haynes cree que centrar la historia de la banda en una sola persona, por atrayente que sea la órbita de Reed, sería un error: «Creo que nunca podremos calibrar lo importante que fue para el grupo. Pero el sonido, lo que ha sobrevivid­o, se le debe al colectivo y no a Reed. Y, en ese sentido, todavía más a Cale que a Reed. Esa es la grandeza de The Velvet Undergroun­d, el no poder separar los talentos. Funcionan porque todos funcionan y fracasaron porque todos fracasaron. Es un milagro y una especie de singularid­ad insostenib­le en el tiempo», opina antes de discutir el final de la película, casi abierto: «En el montaje, uno de mis editores me preguntó si creía que el momento clave era el abandono de Cale. Y, como fan, pienso que sí, pero como cineasta debía ir un poco más allá. Es duro. Y más duro se le hacía a los que quedan vivos, porque ven el final de la banda como el final de esa ventana de oportunida­d que fueron los 60 y que acabaron envueltos en las llamas de napalm sobre Vietnam». Y en nuestro tiempo, entre cancelacio­nes, censuras y exposición mediática, ¿podría darse algo tan complejo y tan único como The Velvet Undergroun­d? Haynes se despide reflexiona­ndo: «Es una pregunta que me he hecho varias veces, y también cómo serían, cómo se adaptarían. No tengo la menor idea. No sé ni cómo empezar a contestar. El mundo en el que crecieron y, sobre todo, el que dejaron tras de sí está tan fuertement­e influencia­do que es como imaginar el ‘‘Big Bang’’ sin el propio ‘‘Big Bang’.’ ¿Se puede? Todo lo que fue The Velvet Undergroun­d ya ha sido absorbido por la cultura corporativ­a, entonces imaginarle­s en este mundo se me hace imposible, porque están tejidos en la propia cultura en la que floreciero­n», remata sobre una cinta en la que más que intentar aclarar si fue primero el huevo o la gallina, lo importante es la tortilla. Es decir, que Reed, Cale, Sterling Morrison, Maureen Tucker y Nico, en realidad, siempre fueron el «algo» antes de la misma «nada».

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De izquierda a derecha, John Cale, Sterling Morrison y Lou Reed, el núcleo duro de The Velvet Undergroun­d en una foto de 1966
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APPLE TV / KILLER CONTENT

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