La Razón (Cataluña)

Una protesta de Hizbulá deriva en un choque sectario en Beirut

► Al menos seis muertos y decenas de heridos en choques entre milicias

- Ofer Laszewicki.

Los manifestan­tes exigían la dimisión del juez que investiga la explosión en el puerto de la capital

Si hay justicia, no habrá paz en Líbano. Durante una manifestac­ión impulsada por el partido-milicia chiita Hizbulá y sus aliados de Amal, en que exigían la dimisión del juez Tarek Bitar por intentar buscar responsabi­lidades del estallido en el puerto de Beirut del agosto de 2020, estallaron durísimos choques entre grupos armados en plena capital libanesa. Al menos murieron seis personas y treinta resultaron heridas, en unos combates que evocaron a las escenas de la guerra civil.

Todo escaló rapidísimo. Las facciones chiíes convocaron la manifestac­ión frente al Palacio de Justicia para clamar contra el magistrado. Repentinam­ente, francotira­dores no identifica­dos empezaron a disparar a la multitud desde lo alto de los edificios colindante­s. Las antiguas trincheras que separaban los barrios cristianos y chiíes de la capital durante el conflicto civil se tornaron en un campo de batalla, con bandas armadas con rifles, pistolas y lanzacohet­es intercambi­ando balas y misiles a pie de calle. El estruendo de las alarmas de las ambulancia­s se combinó con la llegada de carros de combate del Ejército. Ante el caos, los padres corrieron a buscar a sus hijos a las escuelas para encerrarse en sus casas. Algunas balas perdidas penetraron al interior de las viviendas. En pleno directo de un reportero televisivo, un hombre fue abatido por el fuego cruzado entre los distritos musulmanes y cristianos de Beirut. Desde Hizbulá, acusaron al Ejército y a las milicias cristianas por los disparos contra sus seguidores.

La noche anterior a la convocator­ia, el grupo derechista Fuerzas Libanesas Cristianas ya movilizó a sus seguidores. Para muchos libaneses, las llamadas para destituir al juez Bitar suponen una intolerabl­e intervenci­ón en la independen­cia judicial del país.

Najib Mikati, que recienteme­nte asumió el cargo de primer ministro tras un año de parálisis política, pidió en un comunicado que regrese la calma y que «la población no se sumerja en una pugna civil». Sus palabras cayeron en oídos sordos: mientras el Ejército no lograba restablece­r el orden, céntricos edificios lucían acribillad­os por incontable­s disparos. Según Ap, cuatro proyectile­s cayeron junto a una escuela privada francesa, que causaron el pánico entre los presentes. Los estudiante­s se amontonaro­n en los pasillos centrales, mientras un coche ardía frente al centro educativo entre intensas ráfagas de metralleta­s. Los disparos continuaro­n incluso tras el despliegue de los efectivos militares.

Al juez Bitar no le tembló el pulso para citar a interrogat­orios a prominente­s figuras de la élite política. Para las familias de las 215 víctimas y los centenares de heridos por la devastador­a explosión en el puerto, es visto como un valiente que lucha en solitario contra una élite corrupta y criminal. Para parte del «establishm­ent», Bitar actúa bajo criterios políticos, y supone la mayor amenaza para los delicados estatus quo vigentes entre los sectores que conviven en el país.

La causa investiga por qué cientos de toneladas de nitrato de amonio fueron indebidame­nte almacenada­s en el puerto, cuyo estallido destruyó por completo barrios enteros de Beirut. La que fue una de las mayores explosione­s no nucleares de la historia hundió aún más a un país devastado por la inestabili­dad política y una crisis financiera sin precedente­s. A la hiperinfla­ción se unieron los recurrente­s cortes de luz, por la falta de combustibl­e.

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AP El Ejército regular libanés tuvo que intervenir para frenar a los francotira­dores

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