Toda la banda está aquí
Todd Haynes no ha querido hacer un documental sobre la Velvet, del mismo modo que «I’m Not There» no era solo un antibiopic de Bob Dylan o «Velvet Goldmine» no era solo una recreación del auge y caída del «glam rock». En plena era del apogeo de los estudios culturales, y explotando su licenciatura en Semiótica en la universidad de Brown, Haynes entiende a la Velvet como un conjunto de signos que conforman un campo semántico que abarca mucho más que la producción musical de una banda legendaria y las intrigas que adornan sus desgastados pentagramas. Se trata, pues, de invocar las imágenes de toda una época de efervescencia contracultural siguiendo la estela de los cineastas experimentales que la iluminaron. Esas imágenes aparecen como fantasmas desde otro mundo, sobre todo cuando Haynes utiliza los «screen tests» warholianos, y luego los hace chocar contra el contexto histórico en pantallas partidas. Parece que el director de «Carol» ha buscado en los más recónditos fondos de armario para sacar a la luz todos los planos de los miembros de la Velvet –sobre todo John Cale, que sigue vivo, y que vendría a ser el dandy culto del asunto, y Lou Reed, colgado de su propio tormento–, de sus conciertos más clandestinos y sus apariciones más excéntricas. Su caleidoscópica mirada no se conforma con la anécdota, sabe definir a sus objetos de estudio con precisión de forense y los utiliza como síntomas de una época irrepetible, pero sin vanas nostalgias: la época en que la sinfonía de una gran ciudad aunaba la música popular y de vanguardia mientras los cuerpos y las mentes de una generación se desprendían de los miedos de sus padres y, por extensión, de toda una nación.