Un tsunami interior
La chica admira a la nueva jefa, Alexandra; además, es francesa, un país que le apasiona. La Torre Eiffel, María Antonieta, los cruasanes. Y le gusta sobre todo porque piensa que ella antepone el trabajo a los suyos (lo que Alexandra niega), a dos hijos todavía pequeños y al lejano padre de estos, que solo ven cuando acuerdan atropelladas videoconferencias. La protagonista y los niños han llegado recientemente a Tokio para que ella se incorpore a un grupo financiero. Pero hoy, 1 de marzo de 2011, los créditos, las hipotecas, los riesgos, todo se vuelve secundario cuando el mayor terremoto que ha experimentado la metrópolis desencadena el desastre nuclear de Fukushima. Los expertos (esencialmente, europeos) banalizan las consecuencias del incidente, los mentirosos e hipócritassuperiores de Alexandra, también; el capitán es el último que abandona el barco, dicen, lo que la joven decide hacer, quedarse, mientras la mayoría de los extranjeros abandonan en volandas la ciudad. Sin embargo, y a pesar de los supermercados casi vacíos de existencias (nos suena), de las imágenes permanentemente en televisión, el nuevo filme de Peyon no pertenece al cine de catástrofes (en las antípodas se encuentra de títulos como «Lo imposible», dirigido por Juan Antonio Bayona); bien al contrario, la historia está centrada en ese choque sociocultural evidente entre el mundo occidental y el japonés, entre las histerias de unos y el estoico hieratismo de los segundos frente a situaciones límite, así como en las dudas de una heroica (¿lo es? Para Alexandra, no) mujer que se debate entre el sentido del deber y su propia supervivencia. Algo que, honradamente, a muchos nos cuesta entender.