La Razón (Cataluña)

«Tokio Shaking»: franceses en la tragedia nuclear de Fukushima

Olivier Peyon recrea en su filme los devastador­es sucesos que tuvieron lugar en la central nipona durante marzo de 2011

- Marta Moleón.

Nadiepodía­abandonarN­adiepodíaa­bandonar al grupo ni apostar por la toma individual de decisiones sin obtener el rechazo de toda una sociedad. «Tenemos miedo pero no tenemos derecho a expresarlo porque si no nos juzgarían y tacharían de cobardes. Eso es lo que más nos asusta». Quien pronuncia estas palabras en la nueva película de Olivier Peyon es Kimiko, una joven japonesa epatada por las «virtudes» occidental­es que trabaja en un banco de Tokio como asistente de Alexandra, una francesa con el suficiente arrojo, capacidad de liderazgo y autodeterm­inación –o inconscien­cia– como para enfrentars­e a una de las mayores catástrofe­s nucleares de la historia reciente de Japón que conllevó, entre otros desajustes, el desplazami­ento de 470.000 personas. En «Tokio Shaking», la catástrofe ocurrida en 2011 en la costa noreste del territorio nipón articula la

trama y facilita la exposición de los contrastes culturales entre occidental­es y orientales: un terremoto de magnitud 9 que con posteriori­dad desembocó en un tsunami con olas de más de 10 metros de altura provocó la detonación en cadena de tres reactores de la central nuclear de Fukushima. En aquel momento se instaló el miedo, pero sobre todo la incertidum­bre.

Señala Peyon en entrevista con LA RAZÓN que el impulso de contar esta historia surgió, además del testimonio de una amiga muy cercana que lo vivió en primera persona, de la idea de «ser capaz de ver en la desgracia el ejemplo perfecto de la comedia humana, del absurdo del mundo. Nosotros, como europeos occidental­es, hemos vivido la tragedia de Fukushima desde un lugar alejado, pero tal y como me lo narraba mi amiga, el desastre se convirtió para ellos en cotidianid­ad. Aunque no tenga nada que ver aparenteme­nte, es como si ahora en Afganistán contemplár­amos por una mirilla el día a día de lo que está ocurriendo. Es convertir el desastre, el horror, en algo normal», afirma antes de continuar: «Francia y Japón son dos países altamente nucleares y siempre se tiende a decir que no hay ningún riesgo. Hace unos años hice un documental sobre números que llegó a las salas y tuvo bastante éxito llamado “Cómo odiaba las matemática­s”, y una parte concreta mostraba cómo los grandes bancos se sirvieron de las matemática­s para demostrar que, en sus operacione­s de préstamos, fondos basura y demás artimañas financiera­s que anticiparo­n la crisis económica de 2008, no había ninguna posibilida­d de asumir riesgos. En la película, Alexandra dice en un momento dado: “Con tanto decir que no hay ninguno estamos llevando el mundo a la mierda”. Y de eso trata todo», indica el cineasta.

La unión del grupo

Cuando el suelo de Tokio se agita descontrol­adamente, los trabajador­es que tiene a su cargo Alexandra se quedan en sus puestos. «Una de las principale­s diferencia­s culturales que tenemos los franceses y los japoneses es sin duda alguna la noción de grupo. En aquel país lo más importante es la colectivid­ad, por eso nadie se queja nunca. En cierto modo, son formidable­s: respetuoso­s, responsabl­es y disciplina­dos, pero esta forma de ser puede terminar convirtién­dose en un peso para el individuo, para cada persona», asegura. «Cuando ocurrió lo de Fukushima, durante la primera semana nadie sabía nada, ni si aquello podía convertirs­e en otro Chernóbil. Pero en Tokio la gente no se quería ir, había que estar unidos porque si le pasaba algo a alguien le sucedía algo a todos», remata.

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