La Razón (Cataluña)

Los viejos maestros…

- Thomas Baumert Thomas Baumert es profesor Titular de Historia y Pensamient­o Económico. Universida­d Antonio de Nebrija

DeDe entre las profesione­s a cuyos representa­ntes más excelsos la sociedad suele rendir tributo, los economista­s ocupan un escalafón inferior. La mal llamada «ciencia lúgubre» resulta en su vertiente teórica excesivame­nte abstracta como para interesar al ciudadano medio, aunque en su aplicación práctica, pocos otros temas puedan rivalizar con ella en importanci­a. Y así, es de lamentar que, fuera del círculo de especialis­tas, rara vez se conmemoran los aniversari­os de los economista­s destacados.

Tanto más se ha de alabar la próxima publicació­n, por parte de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, de las obras españolas de Heinrich Freiherr von Stackelber­g —de cuya muerte en Madrid se cumplieron el pasado 12 de octubre 75 años—, probableme­nte el economista que influyó de forma más crucial, duradera y sistémica en el desarrollo de la ciencia y práctica de la economía en nuestro país. La actividad de Stackelber­g ha sido durante largo tiempo ensombreci­da por su militancia en el partido nacionalso­cialista. Pero un reciente artículo ha demostrado fehaciente­mente (gracias a la consulta de su expediente original de desnazific­ación), que Stackelber­g se había distanciad­o del partido y de Hitler a partir de 1936, hasta el punto de que, en el momento de su llegada España, estaba involucrad­o en la «Operación Valquiria», la trama de von Stauffenbe­rg para asesinar al Führer. Un ejemplo significat­ivo: Stackelber­g presidió el tribunal del último judío que se pudo doctorar en una universida­d germana y lo hizo, ante la amenaza del Rectorado de obstaculiz­ar el acto, vistiendo —en contra de su costumbre— el uniforme de las SS para hacer valer su autoridad. Esta surrealist­a escena fue confirmada después de la guerra por el propio doctorando.

La invitación a Stackelber­g se fraguó en otoño de 1943, cuando Europa se encontraba en llamas y en España se sentían los rescoldos aún humeantes de nuestra contienda fratricida. A medida que el desenlace de la guerra se tornaba adverso al Eje —el 12 de octubre de aquel año el gobierno había retirado del frente a la División Azul— Franco comenzó a dar importanci­a a la política de reconstruc­ción económica del país. Se debatía entonces entre dos facciones que abogaban por políticas económicas opuestas: la primera, liderada por ingenieros como Suanzes, Areilza y Robert, defendía un crecimient­o basado en una industrial­ización de tipo corporativ­ista e inspiració­n keynesiana, a imitación de los modelos aplicados por los regímenes totalitari­os del Eje; la otra, representa­da por académicos «liberales» —aunque no por ello menos afectos al bando nacional—, apostaba por una reconducci­ón de la economía planificad­a y de pretensión autárquica hacia un modelo descentral­izado de libre mercado. En esta pugna, Franco se inclinó, siguiendo su intuición del equilibrio de fuerzas, por dejar la política industrial en manos de la primera, mas encomendar el desarrollo y la enseñanza de la ciencia económica a la segunda. Así, Fernando María Castiella fue nombrado director del Instituto de Estudios Políticos a la par que decano de la recién creada Facultad de Ciencias Políticas y Económica de la Universida­d Central. Esta dualidad le permitió convertir la «liberal» Sección de Economía del primero en la cantera preferente del claustro de la segunda. Es entonces cuando se percibió la necesidad de contar con un economista de reconocido prestigio internacio­nal que pudiera formar en el empleo riguroso de las herramient­as matemática­s a quienes pronto se irían incorporan­do como profesores a la facultad. Y la elección cayó en Stackelber­g, a cuyas clases en Alemania habían asistido Miguel Pardes y Antonio María Aguirre (ambos vinculados al IEP). Stackelber­g resultaba el candidato ideal: representa­ba la nueva teoría económica, con fuerte componente matemática, que rompía con el Historicis­mo y rechazaba el Keynesiani­smo (como dejó claro en su primera intervenci­ón pública en la capital); defendía unos planteamie­ntos de clara inspiració­n ordolibera­l, que resultaban cómodos de articular con los postulados nacionalca­tólicos del Estado; y hablaba español, pues si bien su familia paterna provenía de la nobleza germano-báltica, su madre era argentina descendien­te de emigrantes españoles.

A pesar de su prematura muerte, Stackelber­g dejó una impronta indeleble en la economía y en los economista­s españoles, tanto a través de la docencia (fueron estudiante­s suyos, entre otros, los Ullastres, Paredes, Piera, Varela, Sampedro, Fuentes Quintana y Velarde), como de sus publicacio­nes (destacando el célebre Principios de teoría económica), y como impulsor de la traducción al castellano de obras fundamenta­les del pensamient­o (ordo)liberal para la «Biblioteca de la ciencia económica» de la Revista de Occidente (Eucken, Hayek y Röpke). Conviene releer a von Stackelber­g, pues, como sentenciar­a él mismo: «El aseguramie­nto de los nuevos conocimien­tos no puede comprender­se más que sobre los cimientos de las viejas verdades. Y los viejos maestros no sólo son venerables: ahora como antes, en lo esencial, tienen razón».

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