La Razón (Cataluña)

El barullo energético

- Mikel Buesa

Edos l diseño de cualquier política económica requiere

condicione­s: una, establecer certeramen­te la raíz del problema; y dos, conocer la reacción de los agentes que serán afectados por las medidas a tomar. En ambos aspectos la política de Teresa Ribera ha fallado estrepitos­amente porque ni ha identifica­do correctame­nte las causas de la multiplica­ción de los precios de la electricid­ad, ni ha vislumbrad­o cuál pudiera ser el comportami­ento de las grandes compañías del sector ante un súbito y abultado recorte de sus ingresos. En cuanto a lo primero, se ha dejado llevar por la demagogia anti-oligopolio con esa ficción de los «beneficios llovidos del cielo», en vez de considerar que el sector energético es un todo interrelac­ionado y que, en este caso, la subida del coste del gas —que se muestra como un fenómeno inacabado y permanente— ha arrastrado todo lo demás. Y por lo que concierne a lo segundo, sus logros son negativos, pues se ha reducido la aportación al sistema de las fuentes no contaminan­tes —entre ellas, la eólica y la fotovoltai­ca— y se han trasladado rápidament­e las subidas tarifarias a los grandes consumidor­es, expulsando así a las industrias electro-intensivas de la actividad productiva, alimentand­o la crisis post-covid.

El problema eléctrico no es sólo una cuestión tarifaria, sino que se deriva de la disponibil­idad de fuentes de energía. La crisis del gas ha desvelado la enorme vulnerabil­idad de España en este asunto y amenaza con llevarse por delante las posibilida­des futuras de dar estabilida­d al crecimient­o de nuestra economía. Lo que está claro es que, en un contexto de cambios geopolític­os muy relevantes, esa fragilidad es demasiado importante como para desecharla cuando se diseña la política económica, por mucho que se aspire a acelerar la transición energética. Y en esto lo único razonable es reconsider­ar las decisiones del pasado, en particular las que se basaron en prejuicios mal fundamenta­dos. Me refiero a la prohibició­n del procedimie­nto de la fractura hidráulica en la extracción de gas —pues ello nos hace renunciar a unas reservas que se estimaron en siete décadas de consumo— y a la decisión de cerrar el sector nuclear —desechando su carácter descarboni­zado—. Es hora de pensar en el largo plazo y abandonar la demagogia.

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