Opinión La incorrecta corrección
ElEl hijo de Supermán es bisexual, la nueva agente 007 es negra, los nuevos cazafantasmas, chicas. No podrás optar a un Oscar si en tu peli no hay al menos un actor principal o de reparto perteneciente a un grupo étnico infrarrepresentado o la historia principal no se centra en un grupo identitario. Si solicitas ayudas en España para hacer cine, estas serán mayores si eres mujer y mayor será la deducción fiscal. A los Goya opta un corto realizado por niños autistas que nadie ha dicho si es excelente o un bodrio. El bono joven de 400 euros para cultura no podrá ser utilizado en corridas de toros. Y centenares de empleados de Netflix participan en una huelga virtual para protestar por el apoyo de Ted Sarandos a «The Closer», el especial de David Chappelle señalado como tránsfobo. Las maniobras propagandísticas de las hordas neoinquisitoriales de los coléricos activistas identitarios ha llegado a la cultura y hacen estragos. Camuflado el mensaje panfletario bajo el disfraz amable de la causa inapelable, de la justicia social, del yo sé lo que nos conviene, nos presenta la injerencia en la libertad creativa y de expresión como necesaria reparación. No solo eso. La instrumentalización de movimientos sociales por parte de la industria para conseguir un rédito económico se sumerge también en ese caldito agradable de la corrección política, de la inclusión, para que entre más suave, como la píldora con azúcar. Y claro que es deseable esa inclusión, esa mayor representatividad de sexualidades y etnias, de diferentes realidades, circunstancias, historias y problemas. Pero no a la fuerza y por obligación. Todos tenemos derecho a jugar al fútbol, pero no todos tenemos derecho a ser Messi. Serlo, esa excelencia, ese resultado sobresaliente, será consecuencia del esfuerzo, talento, constancia, mérito y, en ocasiones, incluso suerte. No es fruto, no puede serlo, de la pertenencia a un colectivo identitario ni a las presiones de los que hacen caja con ello. Y si es así, si vamos a premiar y alabar eso, cambiemos al menos el nombre de los premios y en lugar de a la mejor película o al mejor actor, dejemos claro que el galardón será a la más inclusiva, a la que cuente con más mujeres en plantilla o al actor más negro de entre todos los racializados. Seamos honestos.