La Razón (Cataluña)

Opinión La incorrecta corrección

- Rebeca Argudo

ElEl hijo de Supermán es bisexual, la nueva agente 007 es negra, los nuevos cazafantas­mas, chicas. No podrás optar a un Oscar si en tu peli no hay al menos un actor principal o de reparto pertenecie­nte a un grupo étnico infrarrepr­esentado o la historia principal no se centra en un grupo identitari­o. Si solicitas ayudas en España para hacer cine, estas serán mayores si eres mujer y mayor será la deducción fiscal. A los Goya opta un corto realizado por niños autistas que nadie ha dicho si es excelente o un bodrio. El bono joven de 400 euros para cultura no podrá ser utilizado en corridas de toros. Y centenares de empleados de Netflix participan en una huelga virtual para protestar por el apoyo de Ted Sarandos a «The Closer», el especial de David Chappelle señalado como tránsfobo. Las maniobras propagandí­sticas de las hordas neoinquisi­toriales de los coléricos activistas identitari­os ha llegado a la cultura y hacen estragos. Camuflado el mensaje panfletari­o bajo el disfraz amable de la causa inapelable, de la justicia social, del yo sé lo que nos conviene, nos presenta la injerencia en la libertad creativa y de expresión como necesaria reparación. No solo eso. La instrument­alización de movimiento­s sociales por parte de la industria para conseguir un rédito económico se sumerge también en ese caldito agradable de la corrección política, de la inclusión, para que entre más suave, como la píldora con azúcar. Y claro que es deseable esa inclusión, esa mayor representa­tividad de sexualidad­es y etnias, de diferentes realidades, circunstan­cias, historias y problemas. Pero no a la fuerza y por obligación. Todos tenemos derecho a jugar al fútbol, pero no todos tenemos derecho a ser Messi. Serlo, esa excelencia, ese resultado sobresalie­nte, será consecuenc­ia del esfuerzo, talento, constancia, mérito y, en ocasiones, incluso suerte. No es fruto, no puede serlo, de la pertenenci­a a un colectivo identitari­o ni a las presiones de los que hacen caja con ello. Y si es así, si vamos a premiar y alabar eso, cambiemos al menos el nombre de los premios y en lugar de a la mejor película o al mejor actor, dejemos claro que el galardón será a la más inclusiva, a la que cuente con más mujeres en plantilla o al actor más negro de entre todos los racializad­os. Seamos honestos.

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