La Razón (Cataluña)

El enemigo que llegó a unir a la cristianda­d

► Lepanto hizo que muchos olviden qué representa­ba el turco en el siglo XVI, que llegó a plantarse casi en el corazón de Europa. Los cristianos tuvieron que apartar las diferencia­s para afrontar su amenaza

- Àlex Claramunt Soto Àlex Claramunt Soto es historiado­r y coordinado­r del libro «Lepanto. La mar roja de sangre» (Desperta Ferro)

ParaPara los humanistas y los poetas cristianos del siglo XVI, el triunfo de la Liga Santa en Lepanto supuso una repetición, a una escala todavía mayor, de dos memorables batallas navales de la Antigüedad, Salamina y Accio. De nuevo, Occidente había triunfado sobre Oriente en la amarga lucha por el dominio de las aguas del Mare Nostrum. Las noticias corrieron como la pólvora y se celebró la victoria por todo el Viejo Mundo; hasta en Londres, la protestant­e Isabel I de Inglaterra se vio obligada a regañadien­tes a festejar el triunfo católico. También lo hizo en París Carlos IX de Francia (reino tradiciona­lmente aliado de los turcos). La batalla fue pronto inmortaliz­ada en poemas épicos como el «Austrias Carmen» de Juan Latino y en cuadros salidos de los pinceles más reputados de la época: Paolo Veronese, Tiziano, El Greco, Giorgio Vasari, Tintoretto, Vicentino y Bronzino, entre otros muchos, plasmaron el triunfo y su trasfondo religioso. Tal era el miedo que suscitaba en Europa el poderoso Imperio Otomano, y tal fue el éxtasis que el triunfo católico suscitó entre pueblos y naciones, desde el Levante español,pasandopor­SiciliayNá­poles, hasta el Friuli veneciano y los archiducad­os austriacos, que desde hacía casi un siglo temían a los turcos como al diablo. Los hasta entonces invencible­s ejércitos y armadas otomanos habían sembrado el terror periódicam­ente en Europa, ora incursiona­ndo en las llanuras danubianas, ora saqueando las costas italianas y españolas, siempre en busca de esclavos y botín. Tras la caída de Constantin­opla, en 1453, múltiples voces de religiosos y humanistas habían llamado a los gobernante­s cristianos a dejar al margen sus diferencia­s seculares para presentar un frente común contra el turco. Algunos de ellos conocían de cerca la amenaza, como el cardenal Bessarion, oriundo de Trebisonda, en Anatolia –conquistad­a por los otomanos en 1461– o el cronista albanés Marin Barleti, que se había refugiado en Venecia tras la conquista de su patria por los turcos. Con todo, no fue hasta cuarenta cuarenta años más tarde cuando la amenaza turca cobró tintes apocalípti­cos. La década de 1520 vio episodios dramáticos: la caída de Belgrado (1521), la de Rodas (1522), la muerte de Luis II de Hungría en la batalla de Mohács (1526) y la caída de Budapest (1529). De la noche a la mañana, las huestes otomanas se plantaban a las puertas de Viena. Mientras, los dos grandes monarcas de Occidente, el emperador Carlos V y Francisco I de Francia, libraban una enconada disputa en tanto que Lutero iniciaba su reforma.

El castigo divino

Los humanistas de entonces, como Erasmo de Róterdam o Juan Luis Vives, no dudaron en presentar a los turcos como un castigo divino ante la relajación de las costumbres, y condenaron enérgicame­nte la desunión cristiana. Poco después de Mohács, Vives resumió la dramática situación en el diálogo «De Europae Dissidiis et Bello Turcico» («Sobre las disensione­s de Europa y la guerra contra los turcos»): «Los turcos, poderosos por nuestras disensione­s, se extendiero­n más y más [...]. Mientras los cristianos luchaban entre sí por un puñado de tierra, ellos arrebataro­n un dominio vastísimo a los nuestros, que entretanto urdían muchos planes, se reunían luego en un consejo, y todo acababa en nada». A ojos de los europeos del siglo XVI, los turcos fueron mucho más que una horda destructiv­a. Para vencerlo era imprescind­ible una unidad sin fisuras, como evidenció la derrota de la armada de la Liga Santa de 1538 –dividida por las disputas entre sus líderes– en la batalla de Préveza a manos de Jeireddín Barbarroja, seguida un año más tarde por la hecatombe de los defensores españoles de Castelnuov­o, en Montenegro, a cuyos huesos el poeta Gutierre de Cetina dedicó un soneto. Tales errores no se repitieron en 1571, cuando el liderazgo de don Juan de Austria, sumado al ansia de venganza de los venecianos por la masacre de sus compatriot­as en Famagusta, fueron más que suficiente­s para vencer las diferencia­s y llevar a la flota cristiana al triunfo. Puede que este no se materializ­ase inmediatam­ente, pues el Imperio otomano continuó siendo una potencia y volvió a asediar Viena en 1683. Sin embargo, el impacto moral de Lepanto es innegable: no solo demostró que los otomanos no eran invencible­s, sino que puso fin a las grandes campañas navales turcas.

 ?? ?? El morrión fue uno de los principale­s símbolos de los tercios
El morrión fue uno de los principale­s símbolos de los tercios

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain