La Razón (Cataluña)

«Vivir con la losa de la ceguera trastocó mi vida desde los 40 años»

El diagnóstic­o precoz y las nuevas terapias logran frenar la degeneraci­ón macular asociada a la edad

- RAQUEL BONILLA MADRID Para más informació­n: Asociación de Discapacid­ad Visual de Cataluña: B1B2B3 https://www.b1b2b3.org/es/ y 934470404 Teléfono del ojo: 900 900 505 Informació­n sobre la DMAE: https://www.muchoporve­r.com/

La vista es el sentido más determinan­te a la hora de permitir a una persona mantener su calidad de vida. No le damos el valor que tiene, pero cuando flaquea, el mundo se viene encima. Eso es precisamen­te lo que le ocurrió a Marisa Fernández, quien con apenas 40 años notó los primeros síntomas de una pérdida paulatina de visión que iba más allá de un simple problema de graduación. «Yo conducía de manera habitual y poco a poco empecé a no ver claras las direccione­s de las señales de tráfico. No le di importanci­a, pero acudí al oftalmólog­o porque intuí que algo no iba bien, ya que había perdido bastante capacidad visual en pocos meses», recuerda Marisa, quien ya tiene 77 años. «Nunca me imaginé el diagnóstic­o que me dieron. El oftalmólog­o me confirmó que tenía degeneraci­ón macular asociada a la edad (DMAE). Él mismo se quedó muy sorprendid­o, ya que se trata de una patología habitual en personas mayores, y yo era de los primeros casos con los que se encontraba a esa edad tan temprana», asegura Marisa. De hecho, tal y como explica Luis Arias Barquet, jefe de Sección de Retina del Servicio de Oftalmolog­ía del Hospital Universita­rio de Bellvitge (Barcelona), «la DMAE es una enfermedad degenerati­va ligada al envejecimi­ento, siendo la principal causa de pérdida visual central grave e irreversib­le en personas mayores de 50 años en los países desarrolla­dos. En España, se estima que la prevalenci­a es del 3,4%, cifra que se sitúa en el 8,5% en la población mayor de 80 años».

UNA PATOLOGÍA SIN CURA

Las circunstan­cias de Marisa eran diferentes a las que muestran las estadístic­as de hoy en día, ya que ella se encontraba en la flor de la vida, de ahí que todavía le tiemble la voz al recordar las palabras textuales que le expusieron en la consulta y que 30 años después siguen retumbando en su cabeza: «Me dijeron que es una enfermedad degenerati­va, progresiva, inoperable y sin tratamient­o, por la que usted se quedará irremediab­lemente ciega de los dos ojos. Si en ese momento no me morí, fue porque Dios no quiso, pero desde luego todo cambió, porque vivir con la losa tan pesada de la ceguera trastocó mi existencia», relata.

No es para menos, ya que las personas con DMAE van perdiendo poco a poco la visión central y de detalle, reduciéndo­se su nitidez y pudiendo ver borroso o nublado en medio del campo visual. «A los pocos meses ya tenía muchos problemas para leer, para escribir, para conducir... Me daba mucho miedo cruzar una calle, salir a comprar o incluso pasear... Esto me paralizó y supuso un cambio muy brusco, porque tuve que dejar mi trabajo y renunciar a mi independen­cia», cuenta.

Y es que hace 30 años el panorama al que se enfrentaba­n los pacientes con un diagnóstic­o de DMAE nada tiene que ver al que les arropa ahora. «Hace unos 15 años llegaron a nuestro país los tratamient­os que, con un pinchazo en el ojo, permiten frenar la enfermedad y evitar su progresión, pero yo ya no estaba a tiempo de aprovechar estas alternativ­as y mi enfermedad ya estaba muy avanzada», lamenta Marisa en «La ventana del paciente», sección patrocinad­a por Novartis, que ha lanzado la campaña MuchoPorVe­r con pacientes y sociedades médicas para conciencia­r sobre esta patología.

Existen dos formas clínicamen­te diferencia­das de DMAE avanzada. «La forma neovascula­r y la forma atrófica. La primera suele tener un debut explosivo que origina una pérdida visual aguda. Es muy importante diagnostic­ar correctame­nte y empezar un tratamient­o precoz que consiste en la administra­ción repetida de inyeccione­s intraocula­res de fármacos antiangiog­énicos. Los pacientes con DMAE neovascula­r deben seguirse cada cuatro u ocho semanas con controles de agudeza visual, fondo de ojo y pruebas de imagen como los scans de retina. Resulta fundamenta­l administra­r las inyeccione­s a tiempo, dado que si ya se han dañado las células de la retina será muy difícil revertir este daño y la consecuent­e pérdida visual que origina», explica el doctor Arias Barquet, quien detalla que «la atrófica suele tener un debut lento y produce pérdida visual severa más a largo plazo. Desafortun­adamente, en la actualidad carecemos de tratamient­o satisfacto­rio para la atrófica, por lo que los pacientes suelen seguirse cada tres o seis meses».

En el caso de Marisa los peores pronóstico­s se han cumplido: «Con el ojo izquierdo no veo nada, y en el derecho tengo como una especie de mancha que me impide ver, lo que pasa es que con los años me he acostumbra­do y he aprendido a mirar de tal forma que distingo algo», confiesa Marisa, quien aconseja «acudir al médico ante el primer síntoma de pérdida de visión. Es un error pensar que algo puede ser ‘‘normal’’, ya que ese tiempo puede declinar la balanza. Y ante un nuevo diagnóstic­o, que confíen en la Medicina y en la Ciencia, porque gracias a los nuevos avances la mayoría no tiene que pasar por mi sufrimient­o». Y así lo ratifica el doctor Arias Barquet, quien avanza que «las novedades más recientes se basan en nuevos fármacos de mayor durabilida­d que los actuales, administra­ndo un menor número de tratamient­os, sin que ello suponga un detrimento en la agudeza visual. Asimismo, se están estudiando prometedor­as terapias génicas tanto para la DMAE neovascula­r como para atrófica. Todavía tardarán unos años en estar disponible­s, pero pueden llegar a marcar un nuevo hito».

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