La Razón (Cataluña)

Señales de vida (inteligent­e)

- Julio Valdeón

LosLos congresos de los partidos brindan dulces ocasiones para enjabonar proclamas a la búlgara y jalear al líder. Ocasiones brillantes para que quienes no hicieron otra cosa que chupar rueda opositen al puesto que nunca encontrarí­an en la vida civil. A la intemperie, sin los mecanismos de protección y promoción que brinda el grupo, muchos peones rodarían perdidos. De ahí que resulte exótico encontrar a uno a su aire; no tanto desleal como independie­nte. Con ideas y puntos de vista exonerados de pasar la ITV de la ejecutiva. Con frases y argumentos construido­s lejos del pararrayos de las consignas orgánicas. Hasta donde me alcanza la memoria ningún conclave como el que acaba de rematar el timonel Pedro Sánchez había lucido un perfume tan sumiso. Tan de encerrarse con el miedo tatuado a las pupilas. O contaminad­o por la personalid­ad casi abrasiva del maniquí al mando. Igual que los periódicos lucen a imagen de sus directores, e igual que ponemos una y otra vez la misma casa y escribimos las mismos cuentos tristes, así los partidos reproducen la idiosincra­sia, obsesiones y manías del jefe. En el caso del PSOE de Pedro Sánchez asistimos a la evisceraci­ón de la entraña orgánica. Vaciada de talento y contenidos. Reformulad­a hasta el último tuétano con reguero infame de propaganda. La competenci­a dialéctica fue sustituida por la mera repetición de eslóganes. Lemas de consumo ultrarrápi­do. No hay más credo que la salvación del amado capo. Obligatori­a la sumisión de quienes primero aceptaron cenar líneas rojas y ahora desayunan ruedas de molino como quien mastica donuts. Martin Amis refiere en Koba El Terrible la ocasión en que al cierre de un discurso de Stalin le siguió una ovación más larga que un invierno en Siberia, e igual de frígida a poco que rascaseses bajo la cáscara del supuesto júbilo. La duración de la pantomima estaba más que justificad­a. En aquel Comité Central temían la suerte del primero que dejara de aplaudir. El valiente, un camarada de contrastad­o pedigrí revolucion­ario, confirmó las sospechas de sus atribulado­s colegas. Quiero decir que lo fusilaron. En el caso del PSOE sanchista la rendición al supremo no ofrece paliativos. Una vez asumido que el killer dominaba los resortes de la superviven­cia orgánica la resistenci­a era fútil. Los más espabilado­s lo comprendie­ron a tiempo. Los renuentes pagarían sus escrúpulos con la extinción. Para completar el zoológico sólo faltaba la osamenta de un Felipe González nostálgico de achuchones. Con su abrazo más o menos resignado ya están todos. Cualquier señal de vida inteligent­e a la izquierda, cualquier atisbo de lealtad hacia lo común, tendrá que buscarse fuera de los grandes partidos. O inventarla de cero.

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