La Razón (Cataluña)

Camino a Caracas

- Sebas Lorente

ConCon escasos días de diferencia, he conocido tres sucesos ocurridos en la zona alta de Barcelona: tres latinoamer­icanos –si lo eran, lo eran– atracaron al hijo de una amiga mía a punta de pistola en las inmediacio­nes de su casa, en la calle Manuel Girona, cuando regresaba de una cena. No querían ni el reloj ni el móvil. Sólo dinero. No lejos de allí, y también de noche, un señor de setenta años –amigo de un amigo mío–fue derribado de su moto por un numeroso grupo de jóvenes encapuchad­os. El motivo, esta vez, no fue robarle, sino, al parecer, pasarlo bien y distraerse. Lo tiraron al suelo, lo patearon, lo apalearon y se fueron sin más. No era una manifestac­ión ni reivindica­ban nada. Simplement­e, se divertían. Y, por último, mi hijo me enseña un vídeo de una pelea en la puerta una conocida discoteca de la calle Tuset que suele frecuentar, en la que un chico mulato esgrime una pistola que, afortunada­mente, no llega a usar. Si yo, de primera mano, tengo noticia de estas historias, cuántos más no habrá que conozcan otras parecidas… Barcelona aún no es Caracas o Tijuana, pero estamos en la senda. Peleas y escaramuza­s siempre ha habido, sí; pero antes, que apareciera­n navajas y machetes era noticia. Ahora, lo más normal. Las navajas de entonces hoy ya son pistolas y cada vez asoman más. Porque aquí no pasa nada. El maleante campa a sus anchas con la tranquilid­ad de que su captura sale barata, casi de saldo. Es como si la ley la hubiesen redactado en asamblea los reclusos del peor de los penales. Somos el hazmerreír de los chorizos, sobre todo de los extranjero­s que alucinan con el trato que aquí se les dispensa, en comparació­n con el que recibirían en sus países de origen. Y, claro está, se produce el efecto llamada. ¿Tapar su nacionalid­ad? No hay racismo cuando promulgas idénde tico trato para el nacional que para el extranjero. Eso sí, un trato duro, bien duro, para quienes se ríen a diario de nuestra ley, pagándolo el honrado ciudadano. La policía, pobre, bastante tiene con cuidar de no romperle una uña al delincuent­e cuando se enfrenta a él. Porque, tras la ley, surge un segundo obstáculo: la alcaldesa y su empeño en proteger al desamparad­o, que eso da buenos votos. Pero no olvide, Sra. Colau, quién es el verdadero desamparad­o. El voto del hartazgo y del sentido común acabará con usted y con la insegurida­d a la que ha puesto alfombra roja, pretendien­do esgrimir un falso progresism­o mal entendido. Así será, porque los decentes somos más.

«No olvide, Sra. Colau, quién es el desamparad­o. El voto del hartazgo y acabará con usted y con la insegurida­d»

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