La Razón (Cataluña)

La vida puede ser maravillos­a

- José Manuel Martín

HuboHubo un tiempo en el que en la NBA no había temporadas, eran «cursos baloncestí­sticos». Los jugadores que se dejaban todo sobre el parqué eran del club de «ganarás el pan con el sudor de tu frente», mientras que aquellos a los que no les gustaba mucho sudar la camiseta pertenecía­n al de «se dejaba llevar». Si tenían aspecto más bien pijo y venían de universida­des de postín formaban al club de «Melrose Place», y los entrenador­es que ya peinaban canas, como Gregg Popovich o Jerry Sloan, eran miembros del club del «abuelo Víctor». Los jugadores con tendencia a lesionarse eran de «cristal de Bohemia» y los que no levantaban demasiadas pasiones se agrupaban en el club «de ni fu ni fa». Estaba el «amarrategu­i blues» para los técnicos a los que les preocupaba más defender que atacar, y los jugadores con tendencia a coger kilos eran del «club del gourmet», con permiso de El Corte Inglés. Donde nadie quería apuntarse era al «calabazas club», porque si se podía elegir, mejor ser del «cazo mix», es decir, esos jugadores con habilidad para firmar contratos millonario­s una y otra vez. Pau Gasol era «ET», Dennis Rodman se convirtió en Cruella de Vil; Dell Curry –sí, jovencitos, el padre de Stephen también jugaba y las enchufaba de tres– era «muñequita linda» y John Stockton, cuando daba una asistencia, lo que hacía era «poner la informátic­a a su servicio». De la «albañilerí­a y la fontanería» se encargaba Ron Harper, un «obrero» en los Bulls de Jordan, mientras que Robert Horry era «ese extraño elemento» capaz de anotar siempre la canasta decisiva para ganar un anillo, sin importar qué camiseta llevase puesta. Los cracks de ahora se llamaban «jugones» o «funky men» y los tapones, «pinchos de merluza». Ah, y la típica pedrada contra el tablero era un «Viiiilma, ábreme la puerta». Hablando de comer, las patatas fritas tenían que ser de Bonilla a la Vista, en La Coruña, las preferidas de Andrés Montes, la voz que contaba la NBA a su manera junto a Antoni Daimiel, que no descubría cosas curiosas de los jugadores, si no que hacía «crónica en rosa» consultand­o a «Paquita», su ordenador. El sábado se cumplieron doce años de su muerte, pero nadie olvida que «la vida puede ser maravillos­a».

Andrés Montes nos enseñó que las mejores patatas son las de Bonilla a la Vista

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