No tenemos un GPS en el cerebro
Para orientarnos en una ciudad, el nuestro no calcula el camino más corto, sino el que más apunta a nuestro destino
«La presencia de los coches nos obliga a dejar una parte del cerebro libre como medida de alerta»
VaVa andando al supermercado. ¿Qué camino elige? El más corto, piensa, pero en realidad, no. Elige la ruta que más apunta hacia el supermercado, incluso aunque eso le haga tardar más. Esta es al menos la conclusión de un nuevo estudio publicado esta semana en «Nature Computational Science». En principio, lo ideal sería ir a la compra por el camino más corto para ahorrar tiempo y energía (sobre todo, a la vuelta). Sabemos que la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta, pero el trazado de las ciudades hace que casi nunca sea viable este camino. Entonces, ¿cómo hacemos para encontrar la mejor ruta? Lo cierto es que, aunque las que solemos elegir no se trata de las mejores en términos absolutos, son bastante buenas. Así, según el nuevo estudio publicado, cuando vamos a algún sitio a pie, tendemos a elegir el camino que más apunte hacia nuestro destino. Es decir, queremos mirar lo más directamente posible al lugar donde nos dirigimos. Muchas veces, elegir una ruta que apunte más a la izquierda izquierda o más a la derecha haría que la distancia total recorrida fuera menor. Y, sin embargo, nuestro cerebro no contempla esta posibilidad. En lugar de minimizar la distancia total recorrida, el cerebro tiende a minimizar la desviación con respecto al destino. En el fondo, no somos demasiado originales, ya que esta manera de orientarnos se ha observado también en animales, desde insectos hasta primates. Se conoce como navegación basada en vectores. Y tiene consecuencias sorprendentes.
Ahorrando recursos
A lo mejor se ha dado cuenta de que, en sus recorridos habituales, va y vuelve por caminos distintos. ¿Y por qué? Lo normal es que un camino sea más corto que el otro. Sería lógico pensar que, con la experiencia, aprenderíamos a detectar cuál es el más corto y nos decantaríamos por ese, aunque no es así. En realidad, acabamos eligiendo el camino que más apunta a nuestro destino. Según el trazado de las calles, este puede ser distinto a la ida y a la vuelta. Pero, a nivel evolutivo, ¿nos beneficia esta elección? Es posible que sí. La navegación basada en vectores requiere menos capacidad cerebral que calcular la ruta más corta y no se desvía en exceso de esta ruta óptima. El equipo que está detrás del nuevo estudio mencionado piensa que, de esta manera, tenemos más margen para pensar en otras cosas, como nuestra propia seguridad. Desde tiempo inmemorial, sabemos que en nuestra ruta nos podemos encontrar con peligros. El león de hace miles de años o el coche de ahora nos obligan a dejar una parte del cerebro libre para poder estar alertas y escapar a tiempo. Sin embargo, no es solamente la capacidad de cálculo, también nos limita la memoria. Un ordenador tiene almacenado el mapa de la ciudad donde vivimos y lo usa para calcular la trayectoria óptima. Pero nuestro cerebro no da para tanto. A falta de un mapa completo, tenemos que plantear estrategias alternativas para orientarnos. Y hay algo que sí sabemos hacer: señalar dónde está nuestro destino. Por eso queremos seguir un camino que apunte lo más posible en esa dirección. Pero los trazados de las ciudades son de lo más variado. Entonces, ¿nuestra forma de orientarnos cambia según el trazado? Sorprendentemente, no. La conclusión del estudio procede de observaciones hechas en ciudades muy dispares: Boston (Massachusetts) y San Francisco. La primera es una orbe de trazado irregular, mientras que la segunda tiene un plano de cuadrícula. En ambas, las personas tienden a seguir caminos distintos a la ida y a la vuelta, eligiendo el camino que menos se desvía de la línea recta entre el punto de partida y el destino.
Basado en hechos reales
Y es que el presente estudio es, posiblemente, el mejor avalado por datos reales. Hasta ahora, los recorridos de las personas se estimaban según la información limitada. Pero para este trabajo, el equipo investigador ha analizado las señales GPS anonimizadas de más de 14.000 personas. De manera que sus recorridos en Boston y San Francisco a lo largo de un año han resultado en más de 550.000 rutas, mucha más información de la que se utilizó en estudios previos. El nuevo estudio, claro está, no pretende que ahora vaya al supermercado por otro sitio. Pero, ahora que los teléfonos móviles empiezan a integrar las inteligencias humana y artificial para recomendarnos qué elegir, resulta más importante que nunca entender qué mecanismos computacionales utiliza nuestro cerebro y cómo de parecidos son a los que utilizan las máquinas. Esto es precisamente lo que hace el ensayo, proponer un mecanismo computacional (el modelo matemático) que pueda explicar la capacidad humana de orientarnos en diferentes entornos. Una capacidad realmente exitosa: consigue dar con una ruta que se desvía poco de la más corta, guardando recursos cerebrales para otras tareas que los requieren. Los ordenadores no necesitan preocuparse de ahorrar recursos. Por eso nuestra ruta no es óptima para el GPS, pero sí lo es, sin duda, para nuestro cerebro.