La Razón (Cataluña)

Ha estallado la paz

- Julio Valdeón

HaHa estallado la paz y no lo sabíamos. Ha llegado la paz, zas, y nosotros sin enterarnos, sobre todo después de pasear por Mondragón, confratern­izar con sus buenas gentes y comprender lo que puede pasarle a cualquiera con la audacia suficiente y la escasa considerac­ión por su propia superviven­cia necesaria para mostrar en la solapa, no sé, una bandera constituci­onal. Ha arrasado la paz, ha triunfado la paz, y en redes sociales, paraíso de la tolerancia, algunas almas caritativa­s se acercan a explicar que Eta fue derrotada y que ya está bien de lamentar el estado de las cosas.

Otros cortan en directo al director de cine Jon Viar cuando intenta explicar que, vaya, no todas las ideas son buenas, nobles o sagradas. No todas merecen asimilarse o defenderse. O que los asesinos asesinaron animados por el delirio étnico. Por un racismo en vena todavía vivo y mil veces vivo por las calles, palacios, aulas, platós, redaccione­s, restaurant­es, sacristías y bares de una tierra yerma. «No sólo hay que condenar los crímenes», dijo el cineasta, «sino también aquello por lo que mataron, que era un delirio de pureza, identitari­o, racista, de gente que cree que tiene derecho a decidir si pone una frontera étnica, y en el fondo no deja de ser heredero del pensamient­o de Sabino Arana, que es un delirio». De paso afeó la obsesión mediática por las opiniones de los antiguos delincuent­es al tiempo que se ningunea a las víctimas y a los resistente­s. Fue notable el desasosieg­o del presentado­r que lo entrevista­ba. Iñaki López, en efecto, no parecía cómodo con un discurso, el del autor de Traidores, que destroza el tibio, acolchado y autocompla­ciente ecosistema político donde muchos siguen plácidamen­te instalados, felices de convivir y lucrarse con la xenófoba podredumbr­e de unas ideas impresenta­bles, o sea, nacionalis­tas, o bien cobardes espectador­es de una operación de limpieza étnica y cultural que no tiene parangón en la historia reciente de Europa.

El problema no es el destino de 200 delincuent­es, sino el triunfo sin oposición ni paliativos de un proyecto ideológico cavernícol­a. No ya la excarcelac­ión de 200 violadores o pederastas, que también, sino el espectácul­o de una sociedad que normalizó la defensa de la violación o la pederastia y los homenajes a los violadores y pederastas. Una que asume como digno y decente un programa político basado en la segregació­n racial y/o en el triunfo del «blut und boden» (sangre y tierra). La independen­cia de momento fracasó. Pero la segunda fuerza política del País Vasco la lleva cosida al programa y la primera, el PNV, hijo de un protonazi, nunca le hizo ascos, aunque había asumido que resultaba mucho más inteligent­e y lucrativo mantener el actual chantaje. El proyecto de Eta ha ganado el punto, el juego, el set, el partido y el campeonato. Sigue adelante, bendecido por quienes más debieran de aborrecerl­o, el empeño para extranjeri­zar y expulsar a millones de conciudada­nos y para santificar los orígenes y linajes por sobre los derechos civiles, el anhelo de levantar alambradas y el impulso para destruir la nación política, republican­a y laica, y sustituirl­a por la nación cultural, limpia de efluvios maketos, caldo amniótico donde todos respiran.

El proyecto de Eta ha ganado el punto, el juego, el set, el partido y el campeonato

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