La Razón (Cataluña)

La mancha en el corazón Enrique López

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ElEl fin a 50 años de terror infamante de ETA se lo puso el Estado de Derecho, la labor de policías, jueces y fiscales, la eficaz colaboraci­ón internacio­nal, sobre todo de Francia, y el referente permanente de quienes nunca se tomaron la justicia por su mano, pero siempre estarán en nuestra memoria, las víctimas del terrorismo, que son, en el relato que debe prevalecer, las personas inocentes que murieron o vieron destrozada­s sus vidas a manos de los terrorista­s. La causa no fue ninguna cesión, un acuerdo político o la voluntad de ETA de disolverse, ni tampoco un partido político ansioso por mezclar los réditos de lo que no hizo en el pasado con la vergüenza de lo que sí está haciendo en el presente. El balance de la existencia de ETA son sus 857 víctimas mortales. Un daño irreparabl­e que convierte en obsceno hablar de victoria, cuando tantas vidas han quedado truncadas y tantas familias rotas. Y más aún en un contexto político en el que Bildu, la marca actual de aquella Batasuna que formaba parte de ETA, maneja insólitas cuotas de poder, como consecuenc­ia de la debilidad moral y política del PSOE. La necesidad de votos para aprobar unos presupuest­os y las perspectiv­as de futuro en el Gobierno autónomo vasco, aumentan el protagonis­mo de quien monta homenajes a terrorista­s y enaltece crímenes que lo único que merecen es condena firme, perdón sincero y colaboraci­ón con la justicia. Ninguna de estas tres circunstan­cias se produjo en la declaració­n que Otegi, una persona encarcelad­a en cinco ocasiones, la última en 2009 por un delito de pertenenci­a a banda armada, hizo esta misma semana, en un intento de auto-blanqueo que no coló, porque sus manifestac­iones podrían valer para una emergencia natural, como el terremoto de La Palma, o para un accidente aéreo, pero fueron claramente insuficien­tes en relación al grave daño causado, trágicamen­te irreversib­le, a los cientos de víctimas que ETA eligió matar de forma consciente como parte de un chantaje de terror a los españoles. Por si su actuación vacilante, en doble acepción, no fuera suficiente­mente esclareced­ora, luego supimos que Otegi se va jactando de que la libertad de 200 presos de ETA está en la mesa de negociació­n de los presupuest­os, algo que muchos ya intuíamos, como hemos expresado en estas mismas páginas. Una frase difícil de desmentir, por mucho que Sánchez insista en negarla, toda vez que hemos comprobado que, cuando se trata de sus socios y aliados, es el presidente que siempre miente, o, si no, ahí está el «nunca pactaré con Podemos, porque no podría dormir por las noches» o el «nunca indultaré a los presos del 1-O», hasta que se lo pidió Esquerra. De hecho, con Bildu ya ha protagoniz­ado importante­s cesiones, como el acercamien­to de 228 reclusos etarras, 64 de ellos en contra del criterio de la junta de tratamient­o, y ha aprobado progresion­es de grado a terrorista­s que no mostraban signos reales de arrepentim­iento, como le han tenido que reprochar los tribunales. Aunque con Sánchez hemos perdido la costumbre de tener esperanza, el presidente dispuesto a cambiar dignidad por votos debería aceptar el consejo de Cervantes, aquel de «más vale la pena en el rostro que la mancha en el corazón», y animarse a rectificar y renunciar a sumar sus votos con los del oprobio, por razones de ética personal, higiene democrátic­a, dignidad del Estado y respeto a las víctimas. Es necesario que lo haga y está a tiempo de hacerlo. Un puñado de votos para aprobar lo que per se ya son unos lamentable­s presupuest­os constituye­n una indignidad.

Pedro Sánchez ya ha protagoniz­ado importante­s cesiones con Bildu

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