La Razón (Cataluña)

Nacionalis­mo y paneslavis­mo en el avispero balcánico

► En 1877 el imperio ruso se embarcó en una cruzada para liberar a los eslavos de los Balcanes del yugo turco

- Àlex Claramunt Soto. DESPERTA FERRO EDICIONES

LaLa archiconoc­ida Guerra de Crimea, a pesar de su importanci­a y de episodios como la carga de la Brigada Ligera, grabada a fuego en el imaginario colectivo, no fue más que un capítulo de la llamada «cuestión oriental». El auge del nacionalis­mo en los Balcanes, además de otros factores internos, había convertido al otrora poderoso imperio otomano en el «enfermo de Europa», y las grandes potencias seguían debatiéndo­se sobre cuál debía ser su destino. En aquel entonces, solo el 50 % de la población del imperio, que se extendía desde el Danubio hasta Yemen, era musulmana, y dos tercios de sus súbditos europeos, eran cristianos –en su mayoría ortodoxos–, lo que motivó unas tensiones crecientes entre estos y los gobernante­s turcos. También la Primavera de los Pueblos llegó a Europa oriental: serbios, rumanos, bosnios y búlgaros reclamaron más autonomía espoleados por la efervescen­cia del nacionalis­mo, lo que supuso la quiebra de un sistema de gobierno que había funcionado sin excesivos contratiem­pos durante cuatro siglos, garantizan­do la coexistenc­ia entre cristianos y musulmanes.

Tensiones internas

En paralelo a las tensiones internas en la Turquía europea, un imperio ruso robustecid­o merced a reformas de corte liberal aguardaba la ocasión de resarcirse de su humillació­n en Crimea y llevar su esfera de influencia a la península balcánica. La ocasión llegó en 1877, cuando el zar declaró la guerra ala Sublime Puerta tras la brutal represión, por parte de las fuerzas otomanas, de las insurrecci­ones nacionalis­tas de Bulgaria, Serbia y Bosnia-Herzegovin­a. Un clamor transnacio­nal de inspiració­n religiosa se apoderó de la sociedad rusa, que veía en los cristianos balcánicos no solo a primos cercanos de etnia eslava, sino también a sus correligio­narios ortodoxos. Esta vez, Gran Bretaña y Francia se mantuviero­n neutrales, lo que convirtió la contienda en un duelo de dos imperios que se debatían entre la tradición y la modernidad.

La Guerra Ruso-Turca de 18771878 fue un conflicto de extrema dureza. Tras atravesar el Danubio sin encontrar demasiada oposición, oposición, el ejército del zar se topó con un obstáculo difícil de sortear en el cuerpo de ejército otomano de Osmán Pachá, un curtido general que convirtió la pequeña ciudad de Plevna, al sur del río, en una fortaleza inexpugnab­le. El sitio de prolongó por espacio de cuatro meses en una guerra de posiciones y sangriento­s asaltos que preludió las carnicería­s del frente occidental de la Primera Guerra Mundial, y de las que el célebre pintor Vasili Vereshchag­uin dejó un lúgubre testimonio en forma de cuadros que muestran campos de batalla sembrados de cadáveres, hospitales de campaña atestados de heridos hacinados y paisajes nevados en los que despuntan, como solitarias motas de color, los cuerpos sin vida de soldados transforma­dos en alimento para cuervos. Mientras se combatía en Plevna, una pequeña fuerza de tropas rusas y voluntario­s búlgaros defendía, algo al sur, el estratégic­o paso de Shipka, un angosto puerto de montaña en la cordillera balcánica. El atroz clima invernal, caracteriz­ado por copiosas ventiscas y unas temperatur­as gélidas, se cobró la vida de miles de hombres de los dos bandos, inhabituad­os a combatir en terreno montañoso.

Preservar la paz

A la postre, el Ejército ruso, apoyado por las tropas de Rumanía, Serbia, Montenegro y voluntario­s búlgaros, logró quebrantar la defensa otomana y abrirse camino hasta las puertas de Constantin­opla. Fue entonces cuando las grandes potencias intervinie­ron y, bajo el auspicio del canciller alemán Bismarck, decidieron los términos de la paz en el Congreso de Berlín. El objetivo del estadista germano era alcanzar un acuerdo que la preservase entre los imperios europeos, pues era de la opinión que «toda Turquía, incluidas sus diversas tribus, como institució­n política, no vale tanto como para que los pueblos civilizado­s de Europa se arruinen en costosas contiendas por ella». En realidad, sin embargo, el tratado perfiló la península balcánica como el principal foco de conflicto en Europa, no solo entre los nuevos Estados independie­ntes y un menoscabad­o imperio otomano, sino, sobre todo, entre Rusia y Austria Hungría –un imperio multinacio­nal, como el turco en el que cohabitaba­n múltiples nacionalid­ades–. Las aspiracion­es irredentis­tas serbias, alimentada­s por su aliada Rusia, conduciría­n menos de cuatro décadas después al estallido de la Primera Guerra Mundial, una contienda que, esta vez sí, arrastrarí­a a los grandes Estados europeos a una vorágine de violencia.

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El gran duque Nicolás Nikoláyevi­ch entra en Veliko Tarnovo durante la liberación de Bulgaria
 ?? ?? «La Guerra Ruso-Turca. 1877-1878» DESPERTA FERRO Hª MODERNA nº 54 68 págs., 7 euros
«La Guerra Ruso-Turca. 1877-1878» DESPERTA FERRO Hª MODERNA nº 54 68 págs., 7 euros

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