La Razón (Cataluña)

La coalición de los líos

«El PP sólo tiene que insistir en las incoherenc­ias de este batiburril­lo ideológico y en los riesgos que existen para la estabilida­d y el progreso»

- Francisco Marhuenda

EsEs cierto que los gobiernos de coalición son complicado­s, porque hay que conciliar las posiciones de formacione­s que han competido electoralm­ente y que tienen planteamie­ntos diferentes en muchas cuestiones. Por ello, siempre existe una comisión permanente que sirve para poner sobre la mesa las cuestiones sobre las que se discrepa y hay espacios para que puedan plantearse posiciones contrapues­tas entre cada socio porque no forman parte del pacto de coalición. Lo que sucede con el gobierno socialista comunista español es para nota, porque Sánchez tiene que aguantar las constantes deslealtad­es de su socio. Era algo previsible, pero cabía esperar que la feliz marcha de Iglesias abriera un nuevo tiempo. Al principio pareció que sería así, pero esa tranquilid­ad duró muy poco, porque las líderes de Podemos prefieren el activismo. El mayor problema electoral de Sánchez reside en sus socios, tanto de coalición como parlamenta­rios. Una vez más no hay que sorprender­se, porque es difícil sentirse cómodo con comunistas, antisistem­a, independen­tistas y bilduetarr­as. El PP sólo tiene que insistir en las incoherenc­ias de este batiburril­lo ideológico y en los riesgos que existen para la estabilida­d y el progreso.

No hay semana sin un lío, como mínimo, que muestre que la coalición es un desastre en todos los terrenos. A esta situación conflictiv­a se une la presión de los independen­tistas y los herederos de ETA que quieren sacar su tajada, económica y política, de las negociacio­nes presupuest­arias. Por todo ello, es lógico añorar los tiempos del bipartidis­mo imperfecto, porque eran gobiernos estables y coherentes, aunque no tuvieran mayoría absoluta. El problema es el egoísmo de los amigos de Sánchez, que miran permanente­mente las encuestas, actúan por electorali­smo, son inexpertos y sin trayectori­a política, profesiona­l y académica para ocupar unos cargos que les vienen grandes. Esta incoherenc­ia se ve en todas las administra­ciones gobernadas por socialista­s y podemitas, donde no existe progreso sino retroceso. No sucedía cuando el PSOE cno tenía que sufrir las excentrici­dades de estos grupos.

El populismo es uno de los males de nuestro tiempo, aunque es una realidad política que se remonta a la Antigüedad. Es especialme­nte pernicioso cuando llega a un gobierno, porque la demagogia se convierte en su razón de ser. Es la búsqueda del aplauso fácil, la oferta de soluciones simples a problemas complejos y la irresponsa­bilidad abde soluta en la gestión de los asuntos públicos. Hemos visto a las dirigentes de Podemos, que ocupan carteras ministeria­les, salir en tromba atacando al Supremo con una ignorancia pasmosa y confundien­do la separación de poderes. Es algo propio de los procesos revolucion­arios, donde se ponen en cuestión y se deslegitim­an las institucio­nes para cambiar, como dicen, el régimen que no les gusta. Es un proceso muy estudiado y caracterís­tico de todas las revolucion­es. La insistenci­a en las mentiras busca, gracias a la propaganda, convertirl­as en verdades. Rodríguez tiene una condena firme que le inhabilita para seguir siendo diputado y no hay ninguna conspiraci­ón contra Podemos.

No les importa la separación de poderes o los votos que realmente tienen, porque se arrogan la representa­ción del pueblo que consideran que está manipulado por los medios comunicaci­ón que no controlan. Los que rechazan su «verdad», que no tiene ningún fundamento político o jurídico, son gente narcotizad­a por el franquismo. Las institucio­nes, como sucedió con la Alemania nazi o la Rusia comunista, no responden realmente a la voluntad del pueblo, porque deberían de estar sometidas a sus intereses. Es muy clarificad­or su pertinaz ataque contra los medios y periodista­s que no son afectos, algo caracterís­tico, también, de las ideologías autoritari­as. Al principio mostraban su cara más amable y se aprovechab­an de que la inmensa mayoría de los periodista­s son de izquierdas, pero no tardaron en mostrar su auténtico rostro. A pesar de esta realidad, el gobierno socialista comunista cuenta con un trato más contempori­zador que el centro derecha. Es lógico porque muchos periodista­s siguen la máxima de ver la paja en el ojo ajeno e ignorar la viga en el propio. Una vez más prima la ideología y la lucha de trincheras para conseguir que la izquierda siga gobernando. Es algo que sabe muy bien Sánchez y lo aprovecha con acierto.

Su objetivo prioritari­o llegar a las próximas elecciones situado en el centro y lograr un resultado que le permita prescindir, por fin, de sus incómodos socios de coalición. El despropósi­to de la derogación de la reforma laboral es una clara muestra de que se antepone la política partidista a los intereses de la nación. Es verdad que las normas no pueden quedar petrificad­as y que es necesario que se vayan adaptando, pero no lo es la propuesta irracional de los comunistas y sus aliados, especialme­nte el sindicato marioneta CC OO, que es un apéndice dentro de esa estrategia política. Una vez más tenemos unos sindicatos cegados por los intereses políticos que, a diferencia de lo que sucede en Alemania, no defienden a los trabajador­es, las empresas y la economía nacional, sino unas ideologías periclitad­as que no tienen nada de progresist­as. El populismo lo hemos visto también con el problema del precio de la luz, donde no importa la verdad sino atacar sin sentido a las empresas que no son responsabl­es de lo que está sucediendo. El gobernar es tomar decisiones, intentando que sean acertadas, y asumir el desgaste que muchas veces comportan. A las ministras y los ministros de Podemos solo les interesan los fuegos de artificio y los privilegio­s, porque ahora forman parte de la casta que tanto criticaban. Se han convertido en una parte, por cierto negativa, del sistema.

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