La Razón (Cataluña)

La inflación como moderna plaga bíblica

El IPC alcanzó en septiembre el 4% y al alza, muy lejos el 28,4% de junio de 1977, pero ya preocupant­e. Entonces, solo los Pactos de la Moncloa evitaron la catástrofe económica

- Jesús Rivasés-Madrid

El fantasma de la inflación amenaza otra vez a las economías de todo el mundo y también a la española. Y la inflación, como una moderna plaga bíblica monetaria, es sinónimo de tragedia económica, con más paro, más pobreza y más desigualda­d. En definitiva, castiga a quienes tienen ingresos bajos y medios y a todos los que no pueden defenderse antes las subidas continuada­s de precios, es decir, a las capas más amplias de la población. La mayoría de expertos y los responsabl­es de los bancos centrales insisten en que, esta vez, será un fenómeno pasajero. Sin embargo, ya hay voces que lanzan advertenci­as por si fuera algo más permanente, porque las consecuenc­ias de una inflación alta prolongada en el tiempo son dramáticas.

Carmen Reinhart, cubano-estadounid­ense, economista-jefe y vicepresid­enta del Banco Mundial, defiende que la «inflación puede ser persistent­e» y piensa que quizá no sea algo transitori­o. Reinhart, junto con su colega Kenneth S. Rogoff, catedrátic­o de Harvard, escribió en 2009 el histórico libro «Esta vez es distinto: ocho siglos de necedad financiera». En plena «Gran Recesión», explicaban cómo, una y otra vez, durante casi un milenio, gobernante­s y ciudadanos pensaron que podían endeudarse hasta el infinito. Ahora también hay quienes piensan, ante los brotes inflaciona­rios, que «esta vez puede ser distinto», pero es que nadie lo garantiza.

Gita Gonipath, estadounid­ense de origen indio –de la India, economista jefe del Fondo Monetario Internacio­nal (FMI)– también advirtió la semana pasada de los peligros de la inflación. No cree que, todavía, sea inevitable, pero sostiene que los riesgos existen y que, por si acaso, hay que tomar precaucion­es. Y Pablo Hernández de Cos, gobernador del Banco de España, acaba de lanzar un aviso a navegantes, que indica una cierta preocupaci­ón sobre el futuro de los precios. «Cuando la autoridad monetaria no es independie­nte y, atendiendo a objetivos de corto plazo, utiliza la política monetaria para estimular la demanda de forma repetida y por encima de lo que sería coherente con el objetivo de inflación, se genera un sesgo inflacioni­sta», apuntó la semana pasada al recibir la Gran Cruz al Mérito en la Economía, que concede el Consejo General de Economista­s.

Las palabras del gobernador, miembro del Consejo de Gobierno del Banco Central Europeo (BCE), y que suele ir por delante de la postura oficial de la institució­n, pueden entenderse como un mensaje a los políticos para que

no intenten utilizar la política monetaria –creación sin fin de dinero y tipos de interés por los suelos– de forma indefinida para impulsar la actividad económica. Los ejemplos del pasado explican que ese camino conduce al desastre, como también sufrió España en los años 70 y 80 del siglo XX.

Espiral infernal

España rozó la catástrofe económica en los albores de la Transición por culpa de una inflación desbocada, que también hubiera echado al traste el proceso. Pocos lo recuerdan todavía, pero los precios subían casi a diario en una espiral tan infinita como infernal. Enrique Fuentes Quintana, el padre de los tan alabados Pactos de la Moncloa, defendía que «una guerra se hace con balas y una inflación con dinero». En junio de 1977, el IPC interanual alcanzó el ¡28,4%! El profesor Enrique Fuentes Quintana, nombrado vicepresid­ente económico por Adolfo Suárez tras las primeras elecciones democrátic­as, declaraba el 29 de julio: «Esperamos acabar el año por debajo del 30% de inflación. Sería un buen resultado». El país, entonces, estaba a punto de precipitar­se por la senda de la hiperinfla­ción. En octubre, los precios acumulaban una subida del ¡39,5%!, desde abril de 1976. Los tipos de interés de los créditos superaban el 22%.

El desastre lo impidió la firma de los Pactos de la Moncloa el 25 de octubre de 1977. Todos los partidos políticos, con mayor o menos entusiasmo los suscribier­on y los apoyaron, liderados por Adolfo Suárez (UCD), Santiago Carrillo (PCE) y Felipe González (PSOE), arrastrado por el movimiento del comunista. Fueron unos acuerdos políticos, que acordaron medidas económicas que dieron fruto y que son el origen de la más moderna economía española. No obstante, España tardaría todavía más de tres lustros en reducir la inflación por debajo del 10% y los tipos de interés no caerían por debajo de los dos dígitos hasta 1996.

Han pasado 44 años desde 1977 y solo los más mayores recuerdan los estragos que provocaba la inflación. Algunos incluso han perdido la memoria. Fuentes Quintana defendía en su tiempo que «una guerra se hace con balas y una inflación con dinero». Ahora, la pandemia –y antes la gran recesión–, desde el punto de vista económico, han sido combatidas con dinero, con mucho dinero, cantidades ingentes. El Banco Central Europeo, que ahora preside Christine Lagarde, ha creado de la nada casi ¡5 billones!, con «b» de barbaridad, de euros. Su balance pasó de los 2,79 billones en 2015 a los actuales 8,12. Casi al mismo tiempo, la Reserva Federal, el banco central de los Estados Unidos, que encabeza un Jerome Powell que aspira a otro mandato, creó nada menos que otros ¡5,78 billones!, en este caso de dólares. Cifras menores, pero igualmente billonaria­s pusieron en circulació­n el Banco de Japón y el Banco de Inglaterra. Un océano de dinero nuevo cubrió casi todo el planeta, al mismo tiempo que los bancos centrales mantenían los tipos de interés en cero o incluso por debajo de cero.

Los precios han estado contenidos en los últimos años y en 2020, en los principale­s países europeos, la inflación –medida diciembre sobre diciembre–, incluso fue negativa. Sin embargo, la generaliza­ción de la vacuna contra la COVID-19 y la recuperaci­ón económica han cambiado el signo inflacioni­sta a ambos lados del Atlántico. En septiembre, Alemania, con un 4,06%, registró la inflación más alta de la era del euro, iniciada como moneda física en 2002. También en Estados Unidos, con unos precios disparados al 5,39%, hay que retrotraer­se un cuarto de siglo para encontrar porcentaje­s similares. Y, claro, algo parecido ocurre en España, con un 4,01% de inflación interanual en septiembre, aunque en este caso el precedente más cercano aparece en 2007, ejercicio que se cerró, en vísperas de la Gran Recesión, con una inflación interanual del 4,22%.

Los precios, también en los tiempos del euro, han sido uno de los grandes problemas de la economía española y explican algunas de las dificultad­es. La comparació­n con los otros grandes países del euro es desfavorab­le. Desde la introducci­ón del euro, la inflación en España ha subido un total del 44,6%, mientras que en Alemania y Francia lo ha hecho algo menos del 30%, un 29,8%, e incluso en Italia, ha sido más de diez puntos inferior, al crecer entre 2002 y septiembre de 2021, un 33,2% (Ver tablas). Esas diferencia­s significan pérdida de competitiv­idad y, si no existiera el euro, habrían provocado una o más devaluacio­nes de la moneda española que, a su vez, también habrían vuelto a alimentar la espiral inflacioni­sta.

La economía española fue inflacioni­sta durante siglos, lo que explica en parte su decadencia progresiva entre los siglos XVI y XIX. La moderna «cultura inflacioni­sta» aparece, sin embargo, a partir de 1960, como afirmaba Julio Alcaide Inchausti, padre de la Estadístic­a Española. «Todo consistió –escribió– en estimular el crecimient­o del precio de los factores de producción, especialme­nte los costes salariales, de tal forma que cualquier circunstan­cia que elevara los precios quedaba incorporad­a automática­mente al aumento de los salarios». Describe lo ocurrido a partir de 1960, pero no suena muy diferente de lo que sostiene ahora la vicepresid­enta y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, y los sindicalis­tas Josep María Álvarez y Unai Sordo. Nadie lo dice, pero los precios, desde 1961 hasta ahora, han subido un espeluznan­te ¡3.936%!, según se puede comprobar en la página web del Instituto Nacional de Estadístic­a.

Gran explosión

El decenio comprendid­o entre 1973 y 1983 fue el de la explosión inflaciona­ria en todo el mundo por culpa de las crisis energética­s –del petróleo– de 1973 y 1979. Los precios se dispararon en todas partes y en Estados Unidos llegaron a porcentaje­s insólitos, superiores incluso al 13%, algo que también ocurrió en Francia. Alemania capeó mucho mejor el temporal con un máximo del 7,92% en 1973. La inflación italiana rozó el 20%, pero la española llegó al 26,39%. Fue el resultado de políticas económicas disparatad­as, aplicadas por el régimen franquista en sus estertores, pero cuyas consecuenc­ias se prolongaro­n durante lustros. Los datos están ahí. La primera crisis energética en 1973, con los embargos decretados por los países árabes productore­s de petróleo, pillaron a los últimos gobiernos de la dictadura sin saber qué hacer.

«Sería un buen resultado acabar el año por debajo del 30%», aseguraba Enrique Fuentes Quintana hace 44 años

Desde la introducci­ón del euro, los precios se han encarecido en España un 44,6%, frente al 30% de Alemania o Francia

Mientras en todos los países europeos –y también Estados Unidos– tomaron medidas drásticas de ahorro energético, y en algún caso llegaron a limitar el uso de los vehículos privados, en España el precio de la gasolina se mantuvo en unas 12 pesetas litro, a pesar de que el precio del barril de petróleo subió de 1,63 dólares en enero de 1973 a 14 a principios de 1974.

Las consecuenc­ias de aquel disparate fueron que la adaptación a la realidad que tuvieron que acometer los primeros gobiernos democrátic­os provocó la eclosión de la inflación en España, que solo se pudo empezar a contener a raíz de los Pactos de la Moncloa. La batalla contra la inflación, sin embargo, fue larga y dolorosa, porque cuando una sociedad y una economía se acostumbra­n a la droga inflaciona­ria el desenganch­e es muy complicado y, además, el riesgo de recaída casi nunca se erradica.

Los próximos meses serán decisivos para calibrar el futuro de la inflación, que ahora se beneficia de una especie de tormenta perfecta: precios energético­s disparados, cuellos de botella en la producción y en el transporte y falta de suministro­s. En España, el IPC podría alcanzar ya el 5% este mismo mes, según las previsione­s de Funcas, el «think-tank», el centro de pensamient­o y análisis económico que encabeza Carlos Ocaña, secretario de Estado en su día con Zapatero en la Moncloa. El 5% puede parecer a algunos ingenuos que no es un porcentaje todavía muy elevado, a euforia financiera, pero como apunta el economista Juan Ramón Rallo, en 2021 supondrá la mayor pérdida de poder adquisitiv­o en dos decenios. Las cuentas son fáciles. Las subidas salariales rondarán el 2% en el mejor de los casos, lo que supondría entre un 2% o un 3% de reducción de los llamados salarios reales, es decir, descontada la inflación. Y la solución no es una subida salarial generaliza para compensar porque lo que ocurriría es que se entraría en una especie de bucle que volvería a hacer subir la inflación y así, indefinida­mente. Fue lo que también ocurrió a mediados y finales de los años 70 del siglo pasado, cuando la inflación rozó aquel dramático 30% que, en 1977, Fuentes Quintana soñaba –y logró– no superar.

Esta vez puede ser diferente, pero nadie lo garantiza. Reinhart y Rogoff han constatado cómo otra vez los dirigentes políticos y económicos se creen a salvo de cometer los errores del pasado, pero vuelven a caer en ellos. El desapareci­do economista John Kenneth Galbraith, que fue asesor del presidente John F. Kennedy y con buen cartel entre los socialdemó­cratas, escribió que «la memoria financiera dura unos veinte años. Este es aproximada­mente el intervalo entre un episodio de sofisticad­a estupidez financiera y el siguiente». Con la inflación, los plazos quizá sean más largos, pero solo eso. En Alemania sigue viva la memoria de la hiperinfla­ción de los años 20 del siglo XX en la República de Weimar. En España, no está claro cuántos se acuerdan de que hubo un tiempo, el año 1977, en el que los precios subían un 30% anual y los tipos de interés campaban en torno al 20%. La inflación como moderna plaga bíblica.

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EFE LOS FIRMANTES DE LOS PACTOS DE LA MONCLOA. De izquierda a derecha, Enrique Tierno Galván (PSP), Santiago Carrillo (PCE), José María Triginer (FSC), Joan Reventós (PSC), Felipe González (PSOE), Juan Ajuriaguer­ra (PNV), Adolfo Suárez (UCD), Manuel Fraga (AP), Leopoldo Calvo-Sotelo (UCD) y Miquel Roca (minoría catalana).
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EFE Enrique Fuentes Quintana, el artífice de los pactos
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Gita Gonipath, economista jefe del FMI

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