El olvido de los precios
DesdeDesde noviembre del año pasado se está produciendo una escalada de la tasa anual de inflación, subiendo desde el -0,8% interanual de noviembre de 2020 hasta el 4% de este mes de septiembre, con un pequeño respiro que reflejó el índice en el pasado mes de febrero, donde se aplanó para crecer, al mes siguiente, 1,3 puntos, para continuar incrementándose en los meses restantes. De hecho, el incremento del último año ha sido notable, desde el -0,5% de agosto de 2020 hasta el 4% actual, es decir, una subida de cuatro puntos y medio, con un aumento importante desde inicios de este ejercicio.
Sin duda, los precios de la energía son responsables de una parte importante del ascenso de los precios, pero esta subida se está dando ya de manera generalizada en todos los productos, como muestra el aumento de la inflación subyacente –que excluye los alimentos no elaborados y el componente energético–: si en agosto crecía una décima, en septiembre crece otras tres, hasta el 1%. Esta subida supone un incremento del 42,86% de la tasa interanual en este mes, tras la del 16,67% del mes anterior (cuando subió del 0,6% al 0,7%), que, desgraciadamente, confirma la repercusión que el incremento energético está teniendo en toda la cadena de valor.
Por tanto, no se trata solo del terrible incremento del precio de la energía que en más de un 55% se debe a costes regulados e intervenidos, no al mercado, sino que empieza a haber una presión inflacionista generalizada. De hecho, la situación de la subyacente empeora más que el índice general, ya que mientras que la tasa interanual del IPC general se incrementa un 21,21%, al pasar del 3,3% al 4%, la subyacente se incrementa el mencionado 42,86%, al subir del 0,7% al 1%. Es decir, el ritmo de aumento de la subyacente ya está siendo mayor que el del IPC general, con lo que la aceleración de la repercusión de la subida de precios por toda la economía se está propagando a una velocidad muy intensa.
Todo ello puede hacernos ir hacia un estancamiento del crecimiento, con elevado desempleo y un importante incremento de precios (que elevará los costes de las empresas, de las pensiones y del gasto público, entre otros factores que sufrirán ese impacto), que mermará la capacidad adquisitiva y, con ello, afectará negativamente a la actividad económica y al empleo, empeorándolos más. Es decir, corremos el riesgo de que avancemos hacia una peligrosa situación de estanflación, que habría que evitar con reformas estructurales, reducción del gasto, estabilidad presupuestaria, ninguna subida de impuestos y avance, prudentemente, hacia la ortodoxia monetaria, ya que mientras ésta financie los cuellos de botella no se podrán ajustar los precios. Existe el peligro de haber olvidado los efectos perversos que tiene la inflación, cuando, si echamos la vista atrás, no tanto, vemos claramente su impacto negativo. Aprendamos de ello para que no se repita una vez más.
El efecto de la subida de precios en toda la economía se propaga a velocidad muy intensa»