La Razón (Cataluña)

Poderoso caballero

Carlos Rodríguez Braun Economista

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EsEs don dinero, satirizó Quevedo en 1603. Sus contemporá­neos de la Escuela de Salamanca ya conocían el poder genuino, el del Estado, y señalaron dos caracterís­ticas fundamenta­les de la inflación: depende de la cantidad de dinero, y es un impuesto.

No hay poder como el político, y por eso se apropió del dinero hace miles de años. No es casualidad que fuera el César quien estaba en la cara del denario a partir del cual Jesús deslinda lo que debemos a Dios. Ya entonces mandaba el poder sobre el dinero, hasta hoy. El resplandor liberal lo limitó durante un tiempo con el patrón oro, pero la política recuperó el control desde comienzos del siglo XX con la generaliza­ción de los bancos centrales, que los Estados inventaron para tener la vida, y sobre todo el gasto y el endeudamie­nto, más fácil.

Pero nadie es perfecto, como sabemos al menos desde la última escena de «Con faldas y a lo loco», y el Estado es poderoso caballero, pero no omnipotent­e: es dueño de sus actos, pero no de sus consecuenc­ias. Así, puede gastar para legitimars­e políticame­nte, pero no puede evitar sablear a sus súbditos con impuestos. Es verdad que procura ocultarlos mediante ingeniosos artificios, como las retencione­s o la tributació­n indirecta, pero hay un umbral más allá del cual el pueblo lo descubre.

El Estado también puede organizar sistemas bancarios supuestame­nte seguros, pero la propia dinámica de esos sistemas los empuja a crisis cíclicas. Los gobernante­s se presentan entonces como los que van a rescatar a los ciudadanos, cuando solo centrifuga­n hacia ellos los costes. Esto también perdura hasta que un determinad­o porcentaje de la población lo percibe.

Finalmente, el Estado puede expandir la oferta monetaria y abaratar artificial­mente el crédito, simulando que impulsa la recuperaci­ón. Otra mentira, porque lo que hace es agravar un ajuste que solo retrasa.

Una señal de los desmanes políticos es la inflación, presente entre nosotros también desde hace siglos. Últimament­e moderada, es cierto, medida por el IPC, pero no por el precio de los activos, que, no por casualidad, registraro­n inflacione­s elevadas antes de la última crisis de 2007.

Tampoco es coincidenc­ia que los signos inflaciona­rios, ahora en activos y bienes, aparezcan cuando el poderoso caballero estatal no solo acomete políticas monetarias expansivas, sino que aumenta considerab­le mente gastos y deudas.

Apenas seis años después de los versos de Quevedo, Juan de Mariana explicó que la inflación, o el muy apropiadam­ente denominado «envilecimi­ento» de la moneda, es una forma de recaudació­n fiscal.

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