Una amenaza de larga duración
El escenario estanflacionario no es el más probable pero debemos actuar ya porque somos muy vulnerables»
DesdeDesde la apertura económica postpandemia, se ha producido el insólito fenómeno de la coincidencia en el tiempo de toda una serie de shocks de oferta: encarecimiento de las materias primas, de los productos energéticos, de los derechos de emisión de CO2 y de los fletes marítimos, así como desabastecimiento de numerosos suministros industriales.
Hasta ahora, estas subidas de costes solo de forma muy limitada se han reflejado en los precios finales al consumo, fundamentalmente en los de los productos energéticos. La cuestión clave es si estos ascensos son transitorios o permanentes, ya que eso será lo que determine su traslado hacia los precios finales al consumo. En este sentido hay varias razones para considerarlos, si no como permanentes, al menos, de larga duración.
El encarecimiento de los derechos de emisión de CO2 es permanente, y el precio del gas, aunque en algún momento pueda descender desde los máximos actuales, probablemente no regresará a niveles anteriores a la pandemia. En cuanto al resto de materias primas, una vez se normalice normalice el gasto en consumo privado después del fuerte impulso registrado tras la apertura postcovid (especialmente en EE UU), su empuje será sustituido por la demanda procedente de los históricos planes de inversión ligados a la transición energética y digital, lo que permite anticipar una larga etapa de precios elevados. Y en cuanto a las disrupciones en las cadenas de suministro y el encarecimiento de los fletes, no se espera una normalización hasta, por lo menos, la primavera del año próximo.
De producirse un traslado hacia los precios al consumo, son varios los riesgos a los que nos enfrentaríamos. En primer lugar, la propia ralentización económica económica derivada de la pérdida de capacidad adquisitiva de los consumidores y del estrechamiento de los márgenes empresariales (algunas empresas ya han anunciado paradas en su actividad). En segundo lugar, los incrementos de precios podrían trasladarse a las negociaciones salariales, generando una espiral salarios-precios, alimentada por el combustible de las enormes inyecciones de liquidez por parte de los bancos centrales. Es decir, un escenario de estanflación.
Si esto sucediera, el resultado podría ser el desanclaje de las expectativas de inflación a largo plazo, lo que nos conduciría a una situación muy peligrosa, con aumentos en los tipos de interés y reajuste de las primas de riesgo, situación a la cual nuestro país es especialmente vulnerable, como ya se puso de manifiesto durante la crisis de la deuda de 2011, sin que las políticas fiscales llevadas a cabo desde entonces hayan hecho nada por cambiar esta situación. Por supuesto, los bancos centrales pueden actuar endureciendo sus políticas monetarias, pero el resultado sería igualmente un aumento de los tipos de interés y de las primas de riesgo. La consecuencia final e inevitable de toda esta cadena de acontecimientos sería un ajuste fiscal en un momento de debilidad económica, algo que nos es ya muy familiar.
Ahora mismo no consideramos este escenario estanflacionario como el más probable, pero debemos comenzar ya a actuar para reducir nuestra vulnerabilidad ante tal riesgo.