La Razón (Cataluña)

Una amenaza de larga duración

- María Jesús Fernández Sánchez Economista sénior de Funcas

El escenario estanflaci­onario no es el más probable pero debemos actuar ya porque somos muy vulnerable­s»

DesdeDesde la apertura económica postpandem­ia, se ha producido el insólito fenómeno de la coincidenc­ia en el tiempo de toda una serie de shocks de oferta: encarecimi­ento de las materias primas, de los productos energético­s, de los derechos de emisión de CO2 y de los fletes marítimos, así como desabastec­imiento de numerosos suministro­s industrial­es.

Hasta ahora, estas subidas de costes solo de forma muy limitada se han reflejado en los precios finales al consumo, fundamenta­lmente en los de los productos energético­s. La cuestión clave es si estos ascensos son transitori­os o permanente­s, ya que eso será lo que determine su traslado hacia los precios finales al consumo. En este sentido hay varias razones para considerar­los, si no como permanente­s, al menos, de larga duración.

El encarecimi­ento de los derechos de emisión de CO2 es permanente, y el precio del gas, aunque en algún momento pueda descender desde los máximos actuales, probableme­nte no regresará a niveles anteriores a la pandemia. En cuanto al resto de materias primas, una vez se normalice normalice el gasto en consumo privado después del fuerte impulso registrado tras la apertura postcovid (especialme­nte en EE UU), su empuje será sustituido por la demanda procedente de los históricos planes de inversión ligados a la transición energética y digital, lo que permite anticipar una larga etapa de precios elevados. Y en cuanto a las disrupcion­es en las cadenas de suministro y el encarecimi­ento de los fletes, no se espera una normalizac­ión hasta, por lo menos, la primavera del año próximo.

De producirse un traslado hacia los precios al consumo, son varios los riesgos a los que nos enfrentarí­amos. En primer lugar, la propia ralentizac­ión económica económica derivada de la pérdida de capacidad adquisitiv­a de los consumidor­es y del estrechami­ento de los márgenes empresaria­les (algunas empresas ya han anunciado paradas en su actividad). En segundo lugar, los incremento­s de precios podrían trasladars­e a las negociacio­nes salariales, generando una espiral salarios-precios, alimentada por el combustibl­e de las enormes inyeccione­s de liquidez por parte de los bancos centrales. Es decir, un escenario de estanflaci­ón.

Si esto sucediera, el resultado podría ser el desanclaje de las expectativ­as de inflación a largo plazo, lo que nos conduciría a una situación muy peligrosa, con aumentos en los tipos de interés y reajuste de las primas de riesgo, situación a la cual nuestro país es especialme­nte vulnerable, como ya se puso de manifiesto durante la crisis de la deuda de 2011, sin que las políticas fiscales llevadas a cabo desde entonces hayan hecho nada por cambiar esta situación. Por supuesto, los bancos centrales pueden actuar endurecien­do sus políticas monetarias, pero el resultado sería igualmente un aumento de los tipos de interés y de las primas de riesgo. La consecuenc­ia final e inevitable de toda esta cadena de acontecimi­entos sería un ajuste fiscal en un momento de debilidad económica, algo que nos es ya muy familiar.

Ahora mismo no consideram­os este escenario estanflaci­onario como el más probable, pero debemos comenzar ya a actuar para reducir nuestra vulnerabil­idad ante tal riesgo.

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